ABC 26/08/16
LUIS VENTOSO
· ¿Dónde vamos con políticos que pachanguean con algo tan repugnante como ETA?
EN España sucede algo curioso: se fomenta el estéril revisionismo de una Guerra Civil de hace ochenta años mientras se encubre bajo un manto de amnesia nuestro pasado más reciente y doloroso.
Ernest Lluch, con su pinta de sabio despistado, culé y gran melómano, era un valioso y singular personaje, un ejemplo de la mejor Cataluña y el mejor PSOE. Catedrático de Economía, fue el primer ministro de Sanidad de González y plantó los raíles de nuestro formidable sistema público de salud (ese que ahora el apocalipsis de La Sexta declara desmantelado, cuando sigue funcionando como siempre, y me atengo a mis simples evidencias familiares). Lluch era hombre de consensos, un poco en la línea de lo que hoy se ha dado en llamar «buenismo». Acorde a ese talante, abogaba por mantener ciertos canales con el magma etarra. En noviembre de 2000 recibió una respuesta. Los pistoleros separatistas le descerrajaron dos tiros en la cabeza en el garaje de su domicilio barcelonés. En el juicio, se justificaron diciendo que Lluch «formaba parte del Gobierno de los GAL». El asesinato no mereció el más mínimo reproche de Arnaldo Otegui, miembro de ETA, que por entonces ya peinaba 42 años. De hecho, aquel mismo año 2000, Otegui saludó como héroes a cuatro de sus compañeros de la banda terrorista, que murieron al explotar la bomba que iban a accionar.
Lluch forma parte de una lista larga y espantosa, casi un millar de muertos de toda clase y condición (de hecho abrieron la cuenta con una niña de 22 meses). Cuando asesinaron al político socialista catalán, los líderes comunistas Alberto Garzón y Pablo Iglesias tenían respectivamente 15 y 22 años. Chicos inteligentes y de temprano interés por la política, sin duda vivieron la tremenda conmoción de aquel asesinato. Por eso resulta insólito y aberrante que ambos hayan salido a defender a Otegui. Se han puesto de su parte y contra el imperio de la ley, sabiendo que el Mandela de Elgóibar era integrante de un grupo terrorista que hacía hasta anteayer lo mismo que ahora hace Daesh: asesinar al albur a inocentes en nombre de una ideología fanática. ¿O es que también tenemos que olvidar que en el tranquilo sopor de una tarde de junio ETA voló el Hipercor de Barcelona? Tampoco entonces hubo queja del Mandela de Elgóibar, carcelero en varios secuestros.
No comparto la ideología de Garzón e Iglesias, incluso me asusta. El comunismo es un dogma regresivo, que ha propiciado junto al nazismo y el fascismo los regímenes más criminales y anti humanos del tumultuoso siglo XX. También me desalienta el déficit de patriotismo de su coalición, las mañas acomplejadas con que viven el hecho de ser españoles y su entreguismo frente a los independentistas. Por último, me parece que se equivocan al desconfiar de la iniciativa privada, al despreciar el esfuerzo personal y el legítimo afán de ir a más. Pero a pesar del abismo ideológico que nos separa, me ha asombrado la perversión moral que los ha llevado a ponerse del lado de un terrorista y contra la ley (el gran Garzón considera directamente que aplicar las leyes de su país es «una cacicada»).
Solo una conciencia muy averiada puede prestarse a jalear a una persona de una biografía tan siniestra como la de Otegui, que no puede enmendarse con camisetas campechanas y sonrisas. Espectacular también –como siempre– Sánchez, haciendo el avestruz, incapaz de plantarse contra los que mataron a tantos de sus compañeros socialistas. Morían por las libertades y por la unidad de la nación, dos conceptos que a Pedro le dan vergüenza (y así de bien le va en las urnas).