El Correo-opinión
Vox y Ciudadanos no tienen más remedio que sumarse al PP para gobernar Madrid y Murcia, a no ser que Rivera busque el reencuentro con Sánchez
La política de bloques, la división del espacio partidista en dos campos –a izquierda y derecha–, explica solo una parte de la actualidad. Porque junto a la polarización ideológica prevalente, los intereses públicos se ven sometidos a la tensión competitiva que se vive en el seno de cada uno de esos campos. Junto al ‘cordón sanitario’ que contribuye a compartimentar ambos espacios electorales, minimizando el flujo de votantes entre derecha e izquierda, actúan esos otros vetos partidarios con los que cada formación parlamentaria trata de pervivir o hacerse hegemónica en el lado del tablero al que se adscribe. La peripecia que protagonizan Ciudadanos y Vox en el campo de la derecha, y que ha llegado al absurdo en las comunidades de Madrid y de Murcia –donde ayer Vox volvió a bloquear la investidura del candidato del PP culpando a Rivera–, es buena muestra de la importancia que cobran las contradicciones propias en un contexto de volatilidad política y electoral. Ambos partidos se debaten entre la necesidad de atender a las expectativas que albergan sus respectivos votantes y la necesidad de preservar sus particulares señas de identidad. Les resulta imperativo cerrar el paso a un Gobierno de izquierdas allá donde pueden sumar mayoría junto al PP. Pero al mismo tiempo se ven obligados a labrar su respectivo terreno en los extremos del centro-derecha, realzando sus diferencias. El partido de Albert Rivera intenta extender la fórmula andaluza, tratando de salvar su vocación centrista y dando carta de naturaleza a la posición central que ocuparía el PP mediante acuerdos diferenciados con Ciudadanos y Vox, concediendo a los primeros la categoría de pactos de gobierno. Por su parte, la formación de Santiago Abascal reivindica su dignidad como grupo representativo, mientras duda entre exigir cotas materiales de gobierno o permanecer en un plano más secundario para preservar su independencia como opción emergente y crítica respecto al ‘establishment’ constitucional. Pero aunque Ciudadanos y Vox se empeñen en ampliar su capacidad de maniobra, negándose los primeros a negociar y suscribir acuerdos de gobernabilidad con los segundos confiando en que aun así se verán beneficiados por sus votos, y pronunciándose estos con declaraciones provocadoras e intolerantes, no tienen más remedio que confluir en la gobernación de las comunidades de Madrid y Murcia. Porque cualquier otra salida, propicia al gobierno de las izquierdas, resultaría más costosa para sus respectivos intereses. A no ser que Ciudadanos se decida a virar, siguiendo la estela de Castilla-La Mancha, hacia su reencuentro con el vetado socialismo de Pedro Sánchez.