ARACELI MANGAS MARTÍN-El Mundo
La autora explica que la actual legislación de la UE no dice que la presidencia de la Comisión deba recaer en el cabeza de la lista europea más votada o de los grupos políticos. Y argumenta por qué ello sería perjudicial.
Los medios de comunicación, sin documentarse adecuadamente, se han alineado con los que creen que la democracia es lo único legítimo incluso al margen del Derecho en vigor. En España defendemos el Estado de derecho democrático frente a la libre e incontrolada decisión al margen de normas constitucionales. Sin embargo, la opinión publicada cree que lo democrático en la UE es elegir a los cabezas de lista o candidatos principales de determinados partidos aunque sea violando el marco constitucional de la UE (los tratados). Los editoriales deberían ser más coherentes y documentados con los valores y principios del Estado de derecho que rige la Unión.
En las elecciones de 2014 se hizo una interpretación ilegal de la norma que sólo dice que el Consejo Europeo nombrará candidato para presidir la Comisión «teniendo en cuenta» el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo «y tras mantener las consultas apropiadas». No hay automatismos sino discrecionalidad, flexibilidad y sentido común. La presión de grupos europeístas fue fuerte y el Consejo Europeo se plegó en 2014. Pero las normas no se cambiaron y dentro de la discrecionalidad que permitía el Tratado aceptaron por una vez proponer al candidato de la ideología más votada (Juncker). El Tratado no permite automatismos de ninguna clase, ni de una persona ni de un grupo político. La redacción tiene finura jurídica y cintura, flexibilidad para combinar otros factores.
Talibanes del europeísmo establecieron un sistema elitista de cabezas de lista; es selectivo, pues sólo permite considerar a los candidatos o cabeza de lista de determinados países, excluyendo a los restantes candidatos principales nacionales, violando la igualdad entre los Estados y los ciudadanos que exige expresamente el Tratado. Juncker quizá fuera el más votado en 2014 en Luxemburgo, pero no fue el más votado en la UE, como tampoco lo ha sido Weber, salvo en Alemania.
Hay una falsedad de origen que se hace verdad vía letanía (ahora, mantra). Y además habría una ilegalidad si esa opción se hiciera obligatoriamente en contra de los tratados que abren la horquilla. La designación como presidente al cabeza de lista suplanta el texto del Tratado y las atribuciones de los Estados Miembros. Sólo sería posible mantenerla con una reforma del Tratado –que no se ha hecho–. A pesar de los talibanes y de los editorialistas, el Consejo Europeo ha hecho lo legal y lo adecuado al no repetir esa opción que, por automática, hubiera roto el Estado de derecho en la UE.
Además de no prever esa opción el Tratado, mientras no haya listas transnacionales ese sistema de selectas cabezas de lista constituye una mentira y una discriminación inaceptable. Ha sido tanto en 2014 como en 2019 una perversión manipuladora sin fundamento en el Derecho en vigor. El hecho de su designación por las agrupaciones europeas de sus respectivos partidos no les confiere legitimidad democrática. La legitimidad se la da el Parlamento Europeo al votar la confianza en dos votaciones: una a la candidata alemana Ursula von der Leyen en solitario, y otra, a principios de otoño, cuando se le aprueba o no el colegio de 28 comisarios.
Ahora, tras los nuevos nombramientos de los cinco grandes responsables de la UE, el sistema de los cabezas de lista ha sido dinamitado. Bien, muy bien. Pero una herencia de esa perversión talibana permanece: el dominio automático de una formación política sobre la presidencia de la Comisión, sin tener en cuenta el arco parlamentario y las rotaciones. Ello rompe con la práctica legal desde 1979 de ir alternando fuerzas políticas en la presidencia de la Comisión. Algo incomprensible para los cainitas españoles de la política.
Yo lo advertí en publicaciones científicas y en prensa en 2014: condicionar el nombramiento a la lista más votada daría lugar a una distorsión de los equilibrios europeos que nunca se han basado ni en la parlamentarización de la Comisión ni en ser la Comisión un Gobierno ni monocolor ni de coalición, aunque sí controlado por el Parlamento Europeo.
Quienes propusieron aquella innovación alocada, aparentemente democrática pero contra legem, en especial al quererlo consolidar, debieron consultar antes los resultados electorales desde las primeras elecciones en 1979. El Partido de los Socialistas europeos ganó en 1979, 1984, 1989 y 1994, es decir, en las cuatro primeras legislaturas del Parlamento Europeo, con resultados muy apretados. Aún así los presidentes de la Comisión se alternaron entonces y después. Desde 1999, la lista más votada ha sido la del Partido Popular europeo y probablemente lo siga siendo a la vista del mapa electoral del continente con la deriva de los nacionalismos y populismos de extrema derecha y extrema izquierda.
Los presidentes de la Comisión europea desde 1958 han sido Hallstein (Alemania, PPE), Rey (Bélgica, liberal), Malfatti (Italia. PPE), Mansholt (Países Bajos, PSE), Ortoli (Francia, PPE), Jenkins (Reino Unido, PSE), Thorn (Luxemburgo, liberal), Delors (Francia, PSE), Santer (Luxemburgo, PPE), Prodi (Italia, social-cristiano), Barroso (Portugal, PPE), Juncker (Luxemburgo, PPE) y, por fin una mujer, Ursula van der Leyen (Alemania, PPE) –si el Parlamento Europeo vota la propuesta en las próximas semanas–.
EN ÉPOCASanteriores a 2014, la UE fue capaz de dotarse de presidentes de la Comisión socialistas, liberales o de otras formaciones, de viejos y nuevos Estados, del sur y del centro. Desde 2014, con la perversión de los falsos cabezas de listas y la lista más votada, ya no habrá más pluralidad. Siempre conservadores, aunque con la alegría democrática del triunfo de una candidata mujer. Feminismo sin odios ideológicos.
Con la lectura retorcida de los ingenuos talibanes europeístas, la derecha europea va a dominar la presidencia de la Comisión por muchos años. Es una condena por el cortoplacismo y la falta de documentación, como también lo fue en esta legislatura que tres presidencias se fueran al PPE. Por su propia historia y por su práctica de equilibrios, la UE ha tratado de ser ideológicamente inclusiva y equilibrada territorialmente. Eso lo han roto los que se llaman federalistas europeos.
Los medios españoles se han ensañado con las recientes negociaciones europeas; y denominan partida de tahúres a la negociación intensa y directa sin vetos, cuando en apenas dos semanas han determinado los puestos de mando por cinco años. Aquí han pasado tres meses desde las elecciones generales y aún no sabemos si habrá Gobierno o nuevas elecciones en noviembre. Nada se negocia, se impone. Caña a la UE: reminiscencias del franquismo.
El eje franco-alemán sigue siendo la locomotora y es siempre bueno para la UE. Lo ridículo fue algún titular de la prensa española que hablaba de un delirante eje franco-español capaz de expulsar del timón a Alemania. Hubiera sido «una conjunción planetaria» como el eje Zapatero-Obama. No puedo resistirme a enjuiciar el papel del presidente Sánchez. Él defiende aquí la lista más votada en 2019 (no en 2016) y, por el contrario, en Europa, la segunda lista. Su fracaso ha sido claro. Además, porque Borrell, por su brillantez, conocimiento y edad, se hubiera merecido la presidencia de la Comisión. Y España se la merece después de 33 años de europeísmo leal.
Araceli Mangas Martín es Académica de Número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UCM.