Condorcet, Escocia y nosotros

J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 27/10/13

· Un referéndum sobre la secesión debe adoptar un formato binario con una pregunta única, la de la independencia o no.

Nicolas de Caritat, barón de Condorcet, pasa por haber sido el primero que, hace ya dos siglos, analizó el problema de conseguir una elección congruente de un candidato entre varios en liza. En efecto, la elección entre todos ellos por mayoría simple de votos (gana el que más votos obtenga) posibilita que el vencedor sea en realidad un ‘perdedor’, en aquellos casos en que la mayoría de los votantes de otros candidatos no le quisieran en ningún caso como ganador (resultado incongruente).

Por ejemplo, si en una elección simple entre A (42%), B (30%) y C (28%) damos por ganador por mayoría a A, sin tener en cuenta que los votantes de By C hubieran preferido en todo caso a Cy B como segunda opción (es decir, lo que no querían era A en ningún caso), estaremos dando como ganador a un candidato no querido por los votantes, puesto que el 58% no lo deseaban. Esta no es una posibilidad teórica, sino que se ha producido en el pasado, con resultados destructivos. Por ejemplo, Salvador Allende era un ‘perdedor Condorcet’ cuando accedió a la presidencia de Chile, y no haberlo tenido en cuenta fue sin duda una de las causas del desastre que siguió. Posteriormente se han adoptado en Sudamérica métodos de elección presidencial con segunda vuelta que eliminan en parte esa posibilidad.

Para evitar la ‘paradoja Condorcet’ existen varios métodos, y el más factible es el de permitir a los votantes que expresen sus preferencias sobre cada candidato, ordenando esas preferencias en una escala valorativa: de esa forma podremos averiguar cuál de los candidatos es el que el tiene mayor número de preferencias, o menos vetos a su elección. Otra forma, más complicada, sería efectuar sucesivas votaciones entre los candidatos emparejados de dos en dos.

Si traemos esta famosa paradoja a cuento es porque parece de directa aplicación a un caso como el de determinar por votación la voluntad de un conjunto territorializado de ciudadanos acerca de su permanencia o secesión del país en que habitan. En efecto, si la opción a votar se plantea en términos binarios (’A-secesión’, ‘B-no secesión’), podría suceder que el resultado mayoritario de A (54%) ocultase que en realidad la opción preferida por el conjunto hubiera sido una tercera vía tal que C (un estatus político nuevo y distinto del existente) al que hubieran votado parte de los votantes de A (20%) y parte de los votantes de B (30%), siendo así en la realidad la ganadora Condorcet. Esta simple constatación aconsejaría, a primera vista, que cualquier consulta de la voluntad de esos electores se plantease de manera plural (‘multiple choice’), con tres opciones por lo menos, y con la posibilidad de cada elector de ordenar sus preferencias respectivas. Por ejemplo, ‘Asecesión’, ‘B-confederación/soberanía compartida’, ‘C-federación/autonomía’. No es de extrañar que, tanto en Escocia como en Cataluña, se hayan alzado muchas voces a favor de esta elección múltiple. Sobre todo la de los nacionalistas que, probablemente, consideran que con este método se garantizan en cualquier caso un resultado favorable, es decir, un resultado cualitativamente superior al existente (el llamado ‘devo-max’ en Escocia).

Pues bien, pese a Condorcet y a los deseos nacionalistas, creo que un referéndum popular sobre la secesión debe adoptar un formato binario con una pregunta única, la de la independencia o no. En primer lugar, porque esa y no otra es la cuestión sobre la cual debe manifestar su voluntad la ciudadanía, la de si desea o no abandonar el marco estatal. Introducir respuestas condicionales a supuestos hipotéticos («¿se quedaría usted si existiera un estatus confederal?») es cualquier cosa menos practicar la claridad, puesto que no existe una definición nítida de ese supuesto estatus. Y si algo hay que exigir a un referéndum de este tipo es la claridad, que sólo existe cuando el votante puede visualizar con toda nitidez de antemano las consecuencias que se seguirán de su voto: salir o permanecer en el conjunto es una opción visible y nítida, quedarse «si somos cosoberanos» lo es borrosa y sujeta a precisiones posteriores; incluso a renegociación o rechazo.

Por otro lado, plantear como opción elegible un estatus que no existe constitucionalmente es tanto como dar por supuesta la decisión al respecto de toda la ciudadanía del Estado afectado. En efecto, admitir la posibilidad de que los escoceses pudieran por su sola voluntad decidir un estatus de confederación o soberanía fiscal con el Reino Unido sería tanto como dar por supuesto que el resto de los británicos lo aceptan sin más si los escoceses lo quieren, cuando muy bien pudiera suceder que prefirieran una Escocia independiente que una Escocia cosoberana o privilegiada. Por ello, una ‘tercera papeleta’ para el referéndum exigiría probablemente en España un referéndum previo entre todos los ciudadanos del Estado para saber si éstos aceptan la permanencia del territorio en cuestión en tales singulares condiciones. Entre otras cosas, porque supondría modificar la Constitución vigente.

Late en este punto un equívoco considerable, derivado del uso persistente de unos términos borrosos (un pseudoconcepto) como son los del ‘derecho a decidir’. Borroso porque amalgama dos cuestiones profundamente diversas, la de salir-quedarse y la de cómo quedarse. Los catalanes pueden teóricamente manifestar su voluntad sobre el par ‘salir-permanecer’, pero si prefieren permanecer deben ser todos los españoles los que decidan ‘cómo permanecen’, no sólo ellos. Es aquello de que no es igual divorciarse (unilateralidad) que establecer el régimen de participación en el matrimonio (bilateralidad).

El Acuerdo de Edimburgo de 2012 entre los gobiernos escocés y británico muestra el camino a seguir para conseguir un ‘fair test’ y una ‘decisive expression’ de la voluntad de los ciudadanos: una sola pregunta binaria que plantee nítidamente la resultante ‘independencia’ como consecuencia del voto afirmativo, con exclusión de terceras posibilidades o de preguntas sin respuestas concluyentes y fácilmente perceptibles por cualquier elector. Preguntar por la soberanía, por la capacidad de decisión, por un estatus nuevo, y demás zarandajas hipotéticas que puedan ocurrírseles a nuestros tácticos de turno no es de recibo si lo que se pretende, de verdad, es dar un cauce a la democracia para abordar las cuestiones difíciles.

 J. M. RUIZ SOROA, EL CORREO 27/10/13