Luis Ventoso-ABC

  • Soy uno de los millones de españoles ‘revanchistas’, contrarios a este disparate

Lo confieso humillado ante el politburó: soy uno de los millones de españoles que el presidente del ‘Gobierno progresista’ tacha de «revanchistas y vengativos» por oponernos a que indulte a doce políticos que hace menos de cuatro años dieron un golpe sedicioso para romper nuestro país.

Confieso avergonzado que carezco de la suficiente Formación del Espíritu Progresista como para entender que se le regale la gracia de un indulto al cerebro del golpe, Junqueras, cuando en octubre de 2019 lo rechazó con grosería: «Que se metan el indulto por donde les quepa». Estoy tan imbuido de ultraderechismo que tampoco me parece aceptable que un presidente engañe y mienta al público. En octubre de 2019 -mes previo a las elecciones-, Sánchez

dijo literalmente en una comparecencia solemne en La Moncloa: «El acatamiento de la sentencia significa su cumplimiento. Reitero: su íntegro cumplimento». Pero ahora abronca en tono faltón a los españoles discrepantes y a la oposición constitucionalista por no apoyar unos indultos contrarios al criterio firme del Supremo y la Fiscalía.

Confieso que sin saberlo probablemente soy un franquista recalcitrante, pues me opongo a que el Gobierno desaire al poder judicial y se enfrente a él para regalar el indulto a unos delincuentes que jamás se han arrepentido y que amenazan con repetir. Además me parece un fraude de ley que se otorgue una gracia general, una amnistía ‘de facto’, cuando en nuestro sistema los indultos están restringidos solo a casos individuales. Soy tan carca que veo delirante que Sánchez pretenda obligar al Rey a rubricar unos indultos que van frontalmente en contra del espíritu de su valeroso y crucial discurso de octubre de 2017, clave a la hora de parar el golpe. Confieso que me molesta, y hasta me parece una felonía, que ayer Sánchez se jactase ante el líder de la oposición de que los separatistas le montaron un golpe de Estado al Gobierno del PP y ninguno «a este Gobierno progresista». Y soy tan obtuso que sospecho que si no se han atrevido a reincidir ha sido precisamente gracias a las penas de cárcel, que les hicieron ver que romper una gran nación como España no sale gratis. Confieso que estoy tan pirado que sigo creyendo que España es un maravilloso país de ciudadanos libres e iguales, y que la opinión de los de Cádiz, Coruña y Cuenca debe contar lo mismo, ni más ni menos, que la de los de Bermeo y Olot. Así que no entiendo que la política que rige el destino de 47 millones de españoles se escriba al dictado del 40% de vascos y catalanes. También estoy convencido de que los indultos no arreglarán nada: solo se conformarán con la independencia.

Concluyo confesando que albergo la esperanza de que este país se desperece, que el pueblo español y los intelectuales patriotas que puedan quedar planten cara a este desatino. Por todo ello confío en que me internen más pronto que tarde en algún CRP (Centro de Reeducación Progresista), porque me repugna que un presidente, madrileño y de cómoda clase media para más señas, venda a su país solo para dormir unos meses más en La Moncloa.