Juan Pablo Colmenarejo-Vozpópuli
El líder de Podemos y vicepresidente del Gobierno ha hecho de la algarada, en sus distintas versiones, todo un arte
La diferencia del actual gobierno del PSOE con los anteriores que se han formado en los últimos 40 años es que han metido dentro a un agitador inagotable, e incansable por formación. Desde su más tierna etapa universitaria, Iglesias ha hecho de la algarada, en sus distintos formatos y versiones, un arte. Políticamente vive a salto de excepcionalidad. A Iglesias le acaban de administrar una dosis de su “democracia directa” en las mismas aulas en las que su grupeto y él repartían leña dura cuando asomaba por la puerta alguien parecido a un demócrata liberal. Tan totalitario como añejo y casposo es lo que Iglesias y Errejón le hicieron a Rosa Díez como lo que contempló hace unas horas, atónito, el vicepresidente segundo del Gobierno de España delante de sus narices.
La escena del miércoles en la Facultad de Políticas de Madrid queda señalada para siempre en la carrera de Iglesias, el agitador apabullado por su propio legado. Lo más inquietante es que para acallar las voces del grupo “Frente Obrero” que increpaban a Iglesias, sus partidarios les contestaban llamándoles fascistas. En la España más avanzada de la historia, hay jóvenes que se han hecho viejos muy deprisa. Iglesias les dijo que el era un “modesto reformista”. Sin duda, su autodefinido es lo mejor de la escena.
Lo de Sánchez no fue un desliz. Iglesias le está quitando el sueño. Hay dos bandos en el Gobierno. En menos de dos meses, Iglesias ha demostrado que el precio de su presencia es alto y eso incluye que su poder no sea estéril sino fructífero. La intervención del ministro de Justicia en el caso de la ley del “solo sí es sí”,tal y como adelantó Vozpópuli el sábado 29 de febrero, no ha hecho más que desatar una tensión no resuelta en el Gabinete. El varapalo al texto de la ministra de Igualdad supondría su inmediata dimisión si el nivel de cultura política en España fuera cercano al de otras democracias europeas.
El varapalo al texto de la ministra de Igualdad supondría su inmediata dimisión si el nivel de cultura política en España fuera cercano al de otras democracias europeas
La mejor oposición a Iglesias está dentro del Consejo de ministros. El PP debería obviar a Iglesias que vive de salir en la tele soltando insultos y amenazas. Iglesias quería sillas para acampar dentro de los ministerios. Se trataba de llegar y ocupar el espacio, están en ello. Lo intentan hasta en la crisis del coronavirus. Una guía del ministerio de Trabajo ha estado a punto de parar España como si estuviéramos en una huelga general. Desde la Moncloa han vuelto a frenar al “subcomandante Iglesias” cuya ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, daba permiso para irse a casa al menor síntoma de catarro. Sanidad ha manejado con criterio la información de esta crisis al escuchar a médicos y científicos. Pero la prudencia no va con Iglesias y su gente que, lejos de dejar que los que saben tomen las decisiones, atraviesan el descampado para plantar el tenderete de su colonización en las puertas del despacho del ministro de Sanidad, quien por cierto es de lo mejor de un Gobierno que empieza a no dormir por las noches. Los unos no se fían de los otros, y también viceversa.
Los ministros socialistas hacen vela y turnos de guardia para detener los asaltos y empujones de Podemos. Sánchez necesita un presupuesto, solo uno, para aguantar tres años. Iglesias y Junqueras ponen precio a diario. La ventaja es que mientras el centro derecha siga dedicado a comentar cada mañana lo que dice Cayetana Álvarez de Toledo no hay problema. Si no les gusta, que la destituyan como portavoz en el Congreso de una vez, pero si no, tendrán que aguantarse y ventilar la discrepancia fuera del foco. En cualquier caso, mientras en el PP estén entretenidos en decidir cómo hacerse políticamente adultos, el Gobierno puede seguir a palos el tiempo que necesite. El PP no rompe aguas, Ciudadanos juega en una realidad virtual como si fuera un concurso de supervivientes y Vox se harta de reír porque cuanto peor mejor. La España del no dormir.