Ignacio Camacho, ABC, 29/3/12
Conviene desdramatizar. Una huelga general no es más que un lógico conflicto en una sociedad de conflictos
LA huelga general conserva en España un tinte dramático y casi revolucionario que tal vez provenga del bucle memorial del tardofranquismo, de aquella imaginaria HGP (Huelga General Política) destinada a derribar el régimen y que nunca se produjo porque los antifranquistas, con la honrosa excepción del PCE, estaban a la espera de tiempos mejores o menos arriesgados. Quizá a fuerza de ¿inevitables? repeticiones se pueda diluir la aureola trascendentalista de estas convocatorias que no son más que lógicos conflictos en una sociedad de conflictos. La huelga es un derecho, como el trabajo, y ninguno prevalece sobre el otro aunque piquetes coactivos y empresarios chantajistas tiendan con demasiada frecuencia a cercenarlos. Tampoco hay que escandalizarse demasiado por ello; no vivimos en un mundo perfecto. Y en un mundo perfecto no habría huelgas.
Dejando aparte Grecia, envuelta en la locura autodestructiva de un país fallido, Portugal sale ahí al lado a una huelga general por mes; Francia vivió el año pasado una primavera de colapsos sociales y en Gran Bretaña le armaron la mundial a Cameron cuando anunció su programa de recortes. Ninguno de esos Gobiernos ha aflojado su ritmo de reformas porque no tienen otro camino. Tampoco lo puede hacer el español, cuya confianza saltaría en pedazos si se dejara intimidar o se envolviese en una dinámica populista a los tres meses de salir elegido con mayoría absoluta. La reforma laboral no gusta a casi nadie —no puede gustar porque no es nada grata— pero el paro de hoy sólo va a servir para perder competitividad y tirar unos miles de millones a la basura. Como mucho, si tiene gran éxito los sindicatos podrán negociar algunos flecos de poder: los cursos de formación, su papel en la interlocución de convenios, su estatus representativo. El despido flexible y barato es inamovible, y si no lo fuese este Gobierno estaría liquidado. No sólo tiene el derecho, sino la obligación de aplicar su programa reformista.
Así las cosas, el verdadero peligro del día de hoy consiste en que se produzcan altercados serios debidos a la anunciada actuación de activistas radicales que pretenden aprovechar la jornada de huelga para montarla parda. El punto crítico es la tarde-noche, repleta de manifestaciones fáciles de inflamar que pueden confluir en un alboroto capaz de ganar las portadas y los telediarios y de causar un severo deterioro a la imagen del país. Sí, la helenización callejera que desean los extremistas, y ante la que sólo cabe apelar a la responsabilidad del Ministerio del Interior… y de los sindicatos. Ni unos ni otros deben permitir que una huelga desemboque en una algarada de batallas campales. Cero comprensión con los alborotadores; la dinámica de cuanto peor mejor puede ser tentadora para cierta izquierda irresponsable pero la desestabilización por la desestabilización se acabará volviendo devastadora para todos.
Ignacio Camacho, ABC, 29/3/12