Jon Juaristi-ABC
- Yo quiero un tebeo, yo quiero un tebeo. Si no me lo compran, lloro y pataleo…
¿Alguien ha hablado de Shakespeare? Sí, Antonio Lucas, en ‘El Mundo’ del viernes. Yo también pensé, al principio, que algo había de eso. De Yago induciendo al Moro al uxoricidio, por aquello de «los celos malditos nublaron sus ojos», pero esto no tiene que ver con Shakespeare. Ni siquiera con la copla de Oliva y Mostazo. Mucho más con Ibáñez, Francisco, el de la Escuela Bruguera (no confundir con Paco Ibáñez). No va de Otelo, sino de Otilio. O sea, de Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. Con su toque espiorro municipal a lo Mortadelo y Filemón. Y otro a lo 13 Rue del Percebe, léase Génova.
Vienen los dos, Pepe Gotera y Otilio, de hacer el membrillo por la terrible estepa castellana, y no se han acordado del Cid ni de los malos mestureros que le acusaron ante el Rey Alfonso VI de quedarse con comisiones de los tributos de las taifas, ni de cómo terminó el asunto a pesar del destierro del héroe. Sin la envidia, como es sabido, no se habría escrito el Poema del Cid (ni el Génesis). No se trataba de que aprovecharan la campaña militar de Mañueco para leer la versión original del Poema, la de Per Abbat transcrita por don Ramón Menéndez Pidal, pero habrían podido echarse al bolsillo una edición para escolares. Por ejemplo, la de Ricardo Baeza (Buenos Aires, Atlántida, 1952), que en la página octava de su prólogo resume perfectamente el fondo de la cuestión: «Aunque hombre de prendas singulares, don Alfonso, como infante mimado y malcriado que fuera, era sensible al halago y propenso a la envidia, sentimiento este último que sin duda corroboraban, en el caso particular del Cid, la invencibilidad de este en el campo de batalla y la suerte contraria que, en cambio, hubieron de tener a menudo las armas para don Alfonso». Por cierto, el Rey Alfonso, cuando infante, se malcrió en Palencia, junto a su maestro, el obispo Raimundo. O sea, que doble pecado el de Pepe Gotera, que ni siquiera frecuenta a los que deberían ser sus clásicos del barrio.
Peor es lo de Otilio, de la huerta del Segura, que no reconoce en sí mismo la envidia porque la confunde con la endivia. Su propio otilio particular y subalterno, Otilio Casero, famoso por confundir reiterada y telemáticamente la derecha con la izquierda, ha recibido de su jefe el encargo de promover una desesperada operación de salvamento de Pepe Gotera, que se ahoga en tanta filtración acumulada (si mal pintaba el asunto, para colmo, de la feria de Trujillo le han traído un aderezo). Confusión de confusiones, como decía Joseph de Vega o Joseph Penso a propósito de la Bolsa de Amsterdam, remedando al Eclesiastés.
En cuanto al objetivo a batir, llámese Desdémona o la Malvada Jezabel, es obvio que Otilio ha pinchado en hueso. De aceituna. En fin, que las tragedias regresan como comedias y los cantares de gesta como tebeos. ¡Qué triste ejemplo estamos dando a la juventud, con la de cosas que hemos visto, amigo Chéspir!