Carlos Granés-ABC

  • Nada más terrorífico que un enviado del cielo, intolerante y patán, buscando su lugar en la historia

Se cumple un año desde que Milei llegó a la Casa Rosada y sus resultados, al menos por dos razones, son llamativos. A pesar de tener muy pocos diputados en el Congreso, ha logrado gobernar y mover su agenda legislativa, y a pesar de que sus recortes han hecho crecer en más de cinco millones las filas de los pobres, los piqueteros no se han tomado la calle. Estas anomalías sorprenden, pero se explican por otro dato notable. A Milei lo eligieron los argentinos para combatir a su peor enemigo, la inflación, y la inflación ha descendido. Los sacrificios individuales han sido compensados con alegrías macroeconómicas, y eso le ha bastado para mantener esperanzados a sus votantes y sin iniciativa a sus opositores.

El momento es dulce para Milei. ‘The Economist’ valoró positivamente su programa económico y no hay un solo sarao ultraderechista en el que no sea el plato fuerte, la estrella invitada. Los jóvenes argentinos lo adoran, y él mismo, sobrado de autoestima, afirma ser el político más popular del mundo. Está en todas partes y por donde pasa gana adherentes e imitadores, que empiezan a corear su lema de la «libertad» y del «carajo». Y sí, merece todos los aplausos que recibe por su gestión macroeconómica, pero que los datos no enceguezcan: su manera de hacer política no es ni liberal ni libertaria sino autoritaria y populista.

Ese elemento es el que lo acerca a la internacional reaccionaria que tanto lo celebra. No sus ideas económicas, que en realidad están en las antípodas. Trump o Vox son nativistas, nacionalistas y proteccionistas, mientras que Milei es un globalista, enemigo de los aranceles y del Estado, y por eso mismo de las fronteras nacionales. Si Trump y los patrioteros de Europa odian la pérdida de soberanía y recelan de la libre circulación de personas y mercancías, Milei abraza la desregulación y la apertura de Argentina al mundo. De no ser porque entienden la política de la misma forma, no se verían ni en pintura.

Milei, como Perón, es un personaje mesiánico que también quiere purificar a los argentinos con un nuevo credo nacional. Las guerras culturales le han sido útiles para ello. Esa nueva forma de deshacerse de las voces enemigas y encauzar hegemonías –un totalitarismo ‘light’ que encandiló antes a la izquierda podemita– ya no busca aniquilar física, sino moralmente, a los rivales. Milei lo repite sin descanso: los zurdos son responsables de 150 millones de muertos y de promover la agenda genocida del aborto. ¿Quién puede darle un centímetro de espacio a semejante escoria? Estamos ante un proyecto que mientras desregulariza la economía, vigila la salud espiritual de la nación.

Y eso está lejos del liberalismo. A Milei hay que desearle un triunfo económico y una derrota cultural. Que la macroeconomía se enderece y que parta luego hacia un nuevo destino. Porque sus sueños pueden acabar en pesadilla. Nada más terrorífico que un enviado del cielo, intolerante y patán, buscando su lugar en la historia al frente de una potencia económica.