José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Sánchez quiere eurobonos porque, como es lógico, detesta la condicionalidad del MEDE y la evocación de un rescate. Pero no por ello debe abroncar a la UE
Que la Unión Europea afronte de forma conjunta la crisis del coronavirus resulta una aspiración lógica. Estamos ante un desastre que está afectando a todos los países. Pero no de igual manera, ni sus gobiernos han tratado y están tratando la pandemia de modo similar. Son diferentes los ritmos utilizados en combatir el Covid-19; no son iguales los sistemas públicos de salud y difieren también los modelos de contención del contagio que se han aplicado para disminuir su impacto, tanto sanitario como socioeconómico. Hay que esperar para hacer valoraciones de fondo.
La Unión Europea lo es, por el momento, en los aspectos monetarios y mercantiles, pero no, suficientemente al menos, en los políticos. Cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, titula su artículo del pasado domingo en varios periódicos del continente con la expresión “Europa se la juega”, no acierta. No lo hace, primero, porque la salida del Reino Unido tras el referéndum de junio de 2016 ya fue un revés potencialmente letal, y después, porque en la UE existe una heterogeneidad amplia de concepciones ideológicas en los gobiernos de los Estados.
Ahí están los que se incluyen en el grupo de Visegrado, los del norte, y el renqueante pero cierto eje franco-alemán que está siempre tan predispuesto a discrepar como a encontrar remedio a sus desacuerdos. Berlín y París a menudo se pelean y terminan por lo común bailando un rigodón político.
Sánchez no puede presentar la negativa del Eurogrupo (se reúne este martes) a emitir eurobonos como una conjura contra España, jugando peligrosamente a descargar sobre los Estados que se niegan a mutualizar la deuda las consecuencias de lo que en nuestro país ocurre y pueda ocurrir. No sería cierto. Los españoles, como los italianos y los demás europeos que así lo precisen, van a disponer de ayudas al empleo (el proyecto SURE, con una aportación de 100.000 millones de euros), fondos de garantía del Banco Europeo de Inversiones (podría movilizar hasta 200.000 millones para dar liquidez a las empresas) y el fondo de rescate MEDE, que a España le podría reportar hasta 25.000 millones de euros con una muy ligera condicionalidad.
Los eurobonos, que es lo que reclama Sánchez, con el muy discreto apoyo de Francia y total de Italia, serían la alternativa a un estigma que el presidente de nuestro Gobierno detesta: el de la evocación de un rescate. Comprensible, porque todos la detestamos, pero mal planteado por su parte al abroncar a la Unión en unos términos dialécticos muy escasos. Porque si el secretario general del PSOE quiere mutualizar la deuda, debería elaborar una tesis más convincente: hay que homologar políticas industriales; hay que convenir políticas fiscales; hay que armonizar normativas laborales; hay que ofrecer respuestas similares a los grandes temas, y mantener un parentesco ideológico, táctico y estratégico entre todos los gobiernos.
¿Está dispuesto Sánchez a reclamar eurobonos y al mismo tiempo homogeneizar políticas? Las de España no son precisamente las más estandarizadas en la Unión Europea. Tampoco su Gobierno y sus pactos políticos. Incluso, en algunos aspectos, significan una rareza. De modo que lo realista es aceptar en las mejores condiciones posibles los mecanismos que van a arbitrar los ministros de Finanzas de la UE (con el MEDE y la condicionalidad que conlleve, que será mínima) y asumir que el planteamiento de nuestro presidente incurre, una vez más, en la aplicación de la ley del embudo.
Es muy cierto que la respuesta inicial de los Países Bajos fue, como la calificó el primer ministro portugués, “repugnante”, por altanera y despectiva. Luego de haberse disculpado el responsable de sus asuntos económicos, no por ello ha cambiado de criterio sobre los eurobonos, como tampoco Austria, Finlandia, Alemania y, entre otros, los Estados bálticos. Por eso hay que tener cuidado en no convertir la Unión Europea en una suerte de chivo expiatorio de nuestros males.
El Gobierno (véanse encuestas de medios tan diferentes como ‘ABC’ y ‘El Periódico’) no dispone, aquí y ahora, de una valoración positiva en el manejo de la crisis. Puede albergar Sánchez la tentación de echar balones fuera. Según el pulso mensual de Metroscopia, la aprobación de la Unión Europea en esta crisis es la menor (19%), superada por los ayuntamientos (76%) y las comunidades autónomas (60%), en tanto que el Gobierno no convence (40%). Cuidado con abroncar a Bruselas. Porque el socio de coalición del PSOE está justito de europeísmo.
No hay conjura contra España. Philip Roth pudo jugar con esa ucronía (‘Conjura contra América’) porque resultaba verosímil, como suele ocurrir en esos escenarios históricos que pudieron ser y no fueron. Pero resulta del todo inverosímil —y gravemente contraproducente— comportarse de un modo ‘outsider’ en un club de Estados en el que prima la discreción y el paso corto. Como recordarán muy bien los griegos y, en particular, Alexis Tsipras.
Esta pandemia, en definitiva, es un punto de inflexión para que la Unión Europea sea algo más y algo distinto de lo que es ahora, pero sin darle empellones en el momento más crítico del desastre. Porque en vez de componerse, puede romperse.