Juan Carlos Girauta-ABC

  • El sexo es sagrado y la política lo embrutece

Con la ley de libertad sexual, la política se nos va a meter en la cama. Una intrusión que el progresista ve -o acabará viendo, si es un progresista de derechas- como lo más normal del mundo, pues, al fin y al cabo, para él todo es política y la política lo es todo. Y siendo el sexo la mitad del todo, o al menos cuarto y mitad, se entiende la naturalidad con que se presenta y la flojera con que se acoge este nuevo y decidido paso hacia la sociedad totalitaria. Se podía presentir algún cortocircuito desde que en los sesenta del siglo pasado se puso de moda la pareja de baile Marx-Freud y se fundieron sus respectivas paraciencias.

Ante la nueva vuelta de tuerca, los retrógrados podemos hacer dos cosas: decir lo que pensamos y/o recurrir a la gallarda desobediencia civil. Lo segundo nos conducirá a un elegante submundo de locales clandestinos donde se preservarán las sutilezas de las relaciones galantes, con todas sus felicidades mundanas, donde lo expreso denota mal gusto, donde imperan la gracia y el doble sentido porque el consentimiento se retira sin más con otro guiño. Allí los expresivos silencios retumban en las meninges y en las gónadas, y la ironía no tiene que anunciarse con la contradictio in terminis «ironía on».

Siendo la otra posibilidad el decir lo que pensamos, procedo. El sexo es sagrado y la política lo embrutece. Cabe decir casi cualquier cosa mientras no se haga; cabe hacer de consuno casi cualquier cosa mientras no se diga. Hablemos de sexo, el viejo programa de Elena Ochoa, fue la primera paletada de tierra sobre la delicadeza de lo sexual. Las intimidades ajenas no son asunto nuestro. Arrojar un haz de luz fría, clínica, sobre el sagrado templo del sexo es un acto de brutalidad, pues mantener en su punto la tenue iluminación que se precisa exige un aprendizaje paciente que, como actividad y pericia, se acerca más al arte que a la psicología, y no digamos a la sexología. Así pensamos los retrógrados.

Para acabar, pongámonos el sombrero jurídico y recordemos que establecer normas cuyo incumplimiento conlleva sanción y cuyo cumplimiento choca contra la cultura (acepción antropológica) es una pésima idea: ignorar la norma será la norma. Por ende, los sancionados serán como premiados de una lotería inversa. Además, ¿qué hacen ministerios como el de Igualdad sino ingeniería social? En esa concepción totalizante de la política está la obscenidad que sí pide luz intensa, cámaras, público, denuncias y abucheos.

No se sabe qué camino tomará, en la bifurcación, este autoritario poder político español en vías de totalización. Si van en serio, estrangularán con zafiedad inusitada la libertad sexual mediante una ley que dice querer protegerla. Puro doblehablar. Si van de farol, reducirán la libertad sexual al promulgar una norma de inviable aplicación general y de arbitraria aplicación concreta.