IGNACIO CAMACHO-ABC
- Cuando un pacto de interés general resulta vergonzante para las partes estamos ante un trastorno político y civil grave
En una democracia sólida y no corroída por el virus populista, un pacto entre los dos partidos mayoritarios de la izquierda y la derecha sería saludado como una buena noticia. En España, sin embargo, el acuerdo mínimo para remediar una chapuza legislativa como la del ‘sí es sí’ constituye para uno de sus firmantes, justo el que más lo necesita, una suerte de humillación política, lo que representa la confirmación de que nuestra vida institucional está plenamente instalada en la anomalía. Más aún: al tiempo que la principal fuerza de la oposición se avenía a sacar al Gobierno del aprieto en que lo han metido su sectarismo y su impericia, recibía el calificativo de «antisistema» por parte de una ministra. Y no de Podemos sino del PSOE, cuyo líder se ha visto obligado a pedir perdón –arrastrando los pies y con la boca chica– a las víctimas de la incompetente norma que ahora se aviene a reformar por urgencia electoralista.
En condiciones normales, un insulto como el de la portavoz socialista a quien está acudiendo en su rescate debería haber acabado con la negociación en ese mismo instante, pero se trata de evitar más rebajas de pena para cientos de agresores sexuales y Feijóo parece haber pensado que ante un problema de esta clase es menester que alguien adopte una actitud responsable. (Aún así, y dados los precedentes, haría bien en no fiarse). Sucede que también el PP prefiere un perfil bajo y que la corrección de la dichosa ley pase de largo cuanto antes para que los sectores más radicales de la derecha no le acusen de benevolencia con Sánchez. En todo caso, el hecho mismo de que un compromiso de interés general resulte vergonzante para ambas partes indica que el clima social y político del país sufre un trastorno grave. Primero porque la estrategia de crispación puesta en marcha por el presidente ha tensionado la convivencia hasta un punto insoportable. Y después porque su trayectoria de deslealtades y chantajes convierte cualquier tipo de aproximación en una aventura tóxica, contaminante.
Los extremistas pueden estar satisfechos: estamos ante la muerte clínica del consenso. El factor clave de la Transición, el que hizo posible la reconciliación nacional y las libertades constitucionales, sufre un colapso cataléptico. El sanchismo ha consagrado con disciplina y método la cultura del conflicto que empezó a aflorar con los cordones sanitarios de Zapatero. La polarización, que está haciendo estragos en naciones estables como Estados Unidos, ha devenido una enfermedad civil de pronóstico inquietante, consecuencias funestas y difícil remedio. Y lo peor es que la situación tiene mal arreglo mientras la ciudadanía no se muestre consciente del riesgo letal que entraña la pérdida deliberada de los espacios de encuentro. El enfrentamiento va para largo y nos arrepentiremos de no haberle puesto fin cuando aún estábamos a tiempo.