JON JUARISTI-ABC
- El único conservadurismo digno de defensa es el que ha probado el veneno de la revolución y sabe de qué habla
Está muy bien el último libro de Álvaro Delgado-Gal, ‘Los conservadores y la revolución’ (Alianza, 2023), que se presentó, el lunes pasado, en el salón de actos de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno lleno hasta la bandera, con la mitad del público de pie. Acompañamos al autor su tocayo Álvaro Matud, director académico de la Fundación, y un servidor proxy de ustedes.
Delgado-Gal no es un ensayista pródigo: cada libro suyo puede consumir un decenio, o incluso una generación según el cómputo orteguiano. Publica hitos definitorios en la historia española del pensamiento. Su libro anterior, ‘El hombre endiosado’ (Trotta), data de 2009, pero conserva un nexo íntimo, tanto con los dos anteriores (‘La esencia del arte’, de 1996, y ‘Buscando el cero’, de 2005, ambos en Taurus), como con este de 2023. No es que Delgado-Gal esté escribiendo un único libro a través de los años, aunque su obra tiene una rara coherencia. Su pensamiento crece y se hace más complejo sin espasmos. Cada uno de sus libros corresponde a una fase de ese despliegue y es imprescindible para captar el sentido de una totalidad en desarrollo.
Los conservadores y la revolución trata de la tradición conservadora en la modernidad, que arranca de algunos pensadores que opusieron otra modernidad al reto de la primera revolución moderna, la Francesa (porque ni la inglesa de 1688 ni la americana de 1763-1783 fueron modernas: ambas transcurrieron todavía dentro del marco del Antiguo Régimen, como bien supo verlo, en el caso de la americana, Tocqueville). Según Delgado-Gal, el primer conservador moderno fue Edmund Burke, que se enfrentó a la Revolución Francesa desde 1789, varios años antes de que esta desembocara en el Terror de 1793-1794 (que el propio Burke pronosticó).
El caso de Burke es muy revelador de la condición del conservadurismo moderno. Me referí en la presentación a una polémica entre Isaiah Berlin y Conor Cruise O’Brien en 1991. Berlin sostenía que Burke fue un reaccionario como Hamann o De Maistre. O’Brien replicaba que fue tan liberal como el propio Berlin. Ambos se mantuvieron abroquelados en sus posiciones, pero O’Brien publicó en 1992 una biografía de Burke que se apoyaba, para mantener la tesis de su liberalismo, en un poema de W. B. Yeats, ‘The Seven Sages’, donde se presentaba a Burke como un crítico feroz del imperialismo británico.
En realidad, Yeats decía algo más importante: que Burke había sido un ‘whig’, un liberal que odió lo que en el liberalismo había de nivelador y rencoroso bajo la coartada racionalista. Ahí creo adivinar la clave de la opción conservadora de Delgado-Gal, que, por supuesto, comparto: el único conservadurismo digno de ser defendido es el homeopático, el que ha probado algo del veneno estúpido de la revolución, ha sufrido su náusea, y sabe de lo que habla.