JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- El conservador es un excelente compañero de viaje para los liberales. ¿Y el conservañoño?
Hay conservadores y conservañoños. Como liberal, ese mundo me interesa solo parcialmente. Sin embargo, el imperativo de unir a todo el antisanchismo exige que estudiemos a nuestros vecinos. Al fin y al cabo, todos los que entendemos la necesidad de detener la deriva autocrática (y de corregir el rumbo) nos contamos en ese 45 por ciento de ‘la derecha’ que echará a Sánchez y a su banda por la fuerza de las urnas. Pero no solo; también está la fuerza de la crítica. ¿O es que la famosa participación ciudadana es solo para la izquierda, mientras los demás nos debemos conformar con introducir una papeleta en la urna cada cuatro años? ‘Derecha’ es una castaña de categoría a estas alturas, una facilidad verbal comprensible que no debe preocuparnos pese a lo borroso y heteróclito de lo que describe. Digamos que la etiqueta incluye, aquí y ahora, a cuantos detectamos el tipo de amenaza que supone el sanchismo. En palabras de Feijóo, próximo presidente del Gobierno: «Un plan premeditado para alterar sustancialmente las bases de la convivencia democrática». Se puede explicar de otras maneras, pero esta es válida.
Pues nada, desde un ideario liberal (nunca ideología, ojo, ideario) observo a los compañeros de viaje en el buque del 45 por ciento, esa mayoría que no mengua y que debe permitir la alternativa al Frente Popular Woke, y me doy cuenta, como todo el mundo, de una evidencia que pocos analizan. Comprendo que, compartiendo valores sus votantes, y en general sus dirigentes, una parte de los conservadores parecen empeñados en que no se les mezcle ni confunda con Vox. E insisto, a riesgo de ponerme pesadito, en lo inadecuado de magnificar un picor cuando uno está a punto de ser embestido por una bestia salvaje. Porque no es Vox quien amenaza el sistema democrático desde el momento en que no contempla imponer nada. Sus objetivos máximos (reforma del Título VIII de la Constitución) pasan por aglutinar una mayoría suficiente para la eventual reforma de la Carta Magna. Ojalá la izquierda asumiera la misma metodología.
Hay conservadores y conservañoños. Los primeros merecen todo el respeto y encuentran hoy a su máximo valedor en las ideas de Roger Scruton. Nunca he estado más cerca de abrazar el tradicionalismo que leyendo al autor de ‘Cómo ser conservador’. Bueno, también está el inconmensurable ‘Escolios a un texto implícito’, del reaccionario Gómez Dávila. El conservador es un excelente compañero de viaje para los liberales. ¿Y el conservañoño?
El conservañoño es un problemazo. Su contribución a la guerra cultural es rendirse con armas y bagajes a la izquierda, interiorizar sus mantras, sus prejuicios y su lenguaje. Asumir la superioridad moral del adversario. Y, por traerlo aquí, insistir en que Podemos y Vox son lo mismo. En la práctica: sembrar todos los obstáculos posibles a la futura coalición que deberá sustituir a la banda de Sánchez en el poder.