Es mejor erradicar que prohibir el burka, sostiene la etimológica Pajín. Erradicar quiere decir «arrancar de raíz». La metáfora podría tener sentido en Afganistán, pero no aquí, donde el burka nunca ha tenido raíces. Se debe prohibir una costumbre infame, incompatible con la dignidad y la libertad de las mujeres, y por ende, del género humano.
El ministro de Trabajo ha terciado en el debate sobre el burka y ha echado mano de la prensa amiga para reproducir una de esas consignas que se hacen pasar por argumentos: «Hay más mociones contra el burka que mujeres que lo lleven».
No es probable. En el peor de los casos habrá empate. Los Ayuntamientos que lo han prohibido lo habrán hecho porque al menos se ha visto uno en la localidad. Por otra parte, bastaría con que el Gobierno al que aún pertenece Corbacho acatara la petición que le hizo el Senado el miércoles y una sola moción valdría para todos los Ayuntamientos de España.
Este es el argumento más poderoso de quienes rechazan el burka sin prohibirlo: hay muy pocos y no es problema. Es el relativismo estadístico. Con este mismo patrón llegaron a comparar algunas almas pías a las víctimas del terrorismo con las del tráfico o los muertos en una noche de inundaciones en la India. El presidente Zapatero fue una de ellas, al decir en Montevideo, el 5 de noviembre de 2006, ante el mismo presidente Uribe que se enfrentó a las FARC, que el cambio climático causa más víctimas que el terrorismo.
El partido de Corbacho aprobó una ley contra la violencia de género (bien hecho, aunque sea una mala ley) a pesar de la irrelevancia del número de víctimas, tres de cada 100.000, aproximadamente. ¿Crear un problema donde no lo hay? Tal vez el ministro de Trabajo espere a que las víctimas y los burkas igualen al ratio existente entre el número de sus parados y la población laboral española (uno de cada cinco) para empezar a considerarlo como un problema.
Si hay tan pocos, ¿por qué prohibirlos? Quienes así razonan deberían preguntar a la ministra de Igualdad, la gran muda en este debate, por qué se gasta el dinero de los españoles en un «mapa de inervación y excitación sexual del clítoris y labios menores». Sostiene Aído que no es asunto para tomar a broma y que el estudio es de mucho interés para las víctimas de la ablación. Lo que pasa es que en España, con toda seguridad hay menos mujeres que hayan sufrido esa brutal amputación que burkas por las calles.
Es mejor erradicar que prohibir, sostiene la etimológica Pajín. Erradicar quiere decir «arrancar de raíz», según la única acepción del DRAE. La metáfora podría tener sentido en Afganistán, pero es inadecuada en estos pagos. El burka, como el niqab, no ha tenido raíces aquí nunca. Si las tuviera habría muchos en la calle y eso es justo lo que niegan quienes paradójicamente pretenden erradicarlo.
He tratado vanamente de encontrar algún argumento socialista en defensa de su pasividad ante el burka. Sólo consignas y procesos de intenciones. El PP y sus intereses electorales. CiU y su miedo a la fuga de votos hacia la Plataforma per Catalunya antiislamista. ¿Y los alcaldes del PSC que han promovido mociones? Y el PSOE, ¿pensará en el voto musulmán al oponerse a la prohibición? Muy probablemente la respuesta es sí para los tres partidos, porque todos quieren ganar las elecciones. El carnicero que nos vende los filetes, no lo hace por nuestra extraordinaria simpatía y don de gentes, sino movido por el ánimo de lucro. Sus intenciones no son en absoluto relevantes. Sí lo es que en el intento de ganarse nuestros votos hagan lo que tienen que hacer y en el de quedarse con nuestro dinero nos dé a cambio buena carne.
En este caso, lo relevante es prohibir una costumbre infame, incompatible con la dignidad y la libertad de las mujeres, y por ende, del género humano. En esta ocasión, aunque sea para ganar votos, el PP y CiU han hecho un gesto progresista y el PSOE no. Y Aído, criatura, ¿qué pensará de esto?
Santiago González, EL MUNDO, 25/6/2010