- La conjunción de circunstancias nunca fue tan propicia para el nacionalismo: un presidente sin principios y un partido verticalizado se juntaron con una aritmética parlamentaria caprichosa.
Creen los independentistas, de hecho están convencidos de ello, que «el pendulazo de la historia decantará al PSOE de vuelta al constitucionalismo del Santiago y cierra España».
Los constitucionalistas, por su parte, dan por hecho que no hay esperanza alguna, y que el proceso de plurinacionalización republicanesca del PSOE ya es irreversible.
Como ambas afirmaciones resultan incompatibles, la lógica invita a pensar que uno de los dos se equivoca. Y que, como el sujeto «PSOE» es colectivo (y además depende de otro aún mayor, el sujeto «votante»), no hay una sola voluntad que pueda tomar la decisión.
Es decir, que algo pasará que lo decante todo, a un lado o al otro.
Atribuyen los separatistas al llamado «Estado profundo» la responsabilidad de ese su vaticinio. Y justifican en ello el «aprovechar mientras esto aguante», que dijo Gabriel Rufián.
Pero yo creo que, en realidad, la idea les nace del ansia viva de estar ya rozando con los dedos, hoy, aquello que prepararon con tanto mimo como memez (y, por tanto no alcanzaron e incluso alejaron) en 2017.
Es decir, «la caja y la llave de la caja». Que no de otra cosa iba lo de la in-indá-indapandasiá.
La conjunción de circunstancias nunca fue tan propicia: un presidente sin principios, unas bases fanatizadas y un partido, por tanto, verticalizado al extremo por unos cuadros dependientes, se juntaron con una aritmética parlamentaria caprichosa y el culmen de décadas de desamortización educativa.
Porque la expropiación territorial y meritocrática de los currículos ha generado unas masas que, por debajo de los 40 años de edad, recuerdan mejor el golpe de Franco que la bomba de Hipercor o el mismo atropello de las Ramblas.
Sólo así podría colar que había un «conflicto político» y que nos están trayendo el «reencuentro» y «memoria democrática».
Por eso, quizá, los separatistas temen perder ahora que están a punto de ganar. Y esa es la razón por la que, aunque mantiene enchufada la exprimidora, miden la presión del dedo para no recalentar la túrmix.
No vaya a ser que les salten los plomos… esta vez no de verdad en toda España, sino ahora en sentido figurado, en su ensoñado «pequeño país que está en el noreste de la Península».
Opinan los españolazos que Pedro Sánchez «tiene un plan». Y que ya ha logrado varios de sus objetivos cruzando las metas volantes de cambiar los estatutos del partido para que sea «de los militantes»; de alcanzar el poder por la vía sentimental de presentarse como príncipe azul contra el dragón corrupto de la Gürtel; y de ir «colonizando» cada institución democrática del Estado de derecho.
Baste decir que, como demuestra la historia desde 1917, cuando alguien le dice al pueblo que el poder es suyo, lo que busca es un rebaño bovino al que pastorear.
Que los peperos se lo pusieron fácil llevando al álbum fotográfico de la boda de la hija de Aznar en El Escorial a todos los mangantes que se sentían impunes.
Y que las componendas del Estado autonómico imperfecto que nos dimos en 1978, combinadas con una serie de crisis encadenadas, se han demostrado el perfecto campo abonado para que, si un día llegaba alguien sin principios, esto ocurriera.
Y eso, como también demuestra la historia, en este caso desde que bajamos de los árboles, sólo lo entendemos los humanos una vez que ya ha pasado. Cuánto más los españoles, que hasta en nuestro Siglo de Oro perdimos la ocasión de educarnos para no preferir «las cadenas» a la Ilustración.
Decíamos que ante la enfermedad de la España sanchista las dos evaluaciones clínicas que se nos ofrecen parecen incompatibles. Y yo digo que no.
Porque el diagnóstico es el mismo, dado que ambos «equipos médicos habituales», en realidad, han detectado los mismos síntomas. Sólo que sus diferentes escuelas de pensamiento les dan distintos nombres.
Pero esto ocurre, únicamente, porque parten de que el concepto de sanación tiene significados opuestos en cada caso. No porque uno u otro yerren en su análisis, detecten un mal diferente o sometan a estudio a distinto «paciente», que sigue siendo España.
Así que pasarán ambas cosas. Sea por iniciativa del «Estado profundo», sea por la del mitológico «PSOE bueno», habrá reacción interna.
Y lo impulse o no el propio Sánchez, bien arrasando definitivamente la disidencia de los Pages, bien convocando unas elecciones anticipadas con el propósito plebiscitario de «conmigo república plurinacional, sin mí el fascismo», el actual partido sanchista tratará de culminar su obra.
A esta conclusión llegué después de una charla con un estratega indepe, cuando escuché de su boca, en sentido figurado (por favor, que quede claro) lo que sólo imaginaba que saliera de la de un exaltado del otro bando: «Bueno, siempre puede pasar que un día a Sánchez lo resbalen en la ducha».
Ahí entendí que también la única opción de que nada de esto ocurra es la misma para separatistas y constitucionalistas.
Y volví a mi punto de partida: la clave no está en los síntomas, ni en los médicos que los diagnostiquen, ni siquiera en qué receta sea la que se le aplique al paciente. El problema está en la enfermedad.