Santiago González, EL MUNDO, 16/10/12
El presidente Mas quiere convocar una consultade autodeterminación, pero ha aclarado que no va a convocarla «para perderla». Nadie lo hace, querido. Es sólo que a veces las cosas no salen como se esperaba. Tampoco se ha echado usted a este ruedo con la esperanza de salir empitonado –ya me perdonará la metáfora taurina– y sin embargo no atino a ver una salida que le permita superar el trance incólume y airoso. Para empezar, ha escogido usted malas influencias intelectuales. Eso que anunció ayer ya lo había escrito ETA hace trece años (Zutabe número 84, julio de 1999): “¿Un referéndum de independencia, sí o no? Por supuesto, hacer un referéndum para ganar. Lo contrario no merece la pena». Razón que les sobraba: ir para perder, a quién se le ocurre. En mayo de 2002, Arzalluz siguió por la misma senda: El lehendakari convocará la consulta «cuando podamos ganarla, porque nada se convoca para perder (…) En otras partes se han hecho consultas que, ni son referéndum ni tienen la juridicidad o validez vinculante. Simplemente son algo más que una encuesta y evidentemente tienen su valor». Es decir, no son referendos vinculantes y, por tanto, podemos hacerlos legalmente, pero después serán algo más que una encuesta y sí serán algo vinculantes. Arzalluz había tenido ocasión de votar sí a la autodeterminación en el Congreso en 1978, cuando la propuso el diputado abertzale Letamendía durante el periodo constituyente y no lo hizo. En otras ocasiones se expresó de manera displicente: «La autodeterminación, esa virguería marxista», «¿para qué queremos la autodeterminación, para plantar berzas?». También manifestó en otras ocasiones una nostalgia autodeterminista: «Si no fuera por los inmigrantes que Franco trajo aquí, habríamos podido plantear un referéndum y ganarlo». Quizá a quién más se parezca Artur Mas sea a Juan Josué Ibarretxe, salvo por el pelo. Éste sucedió a Moisés Arzalluz al frente del pueblo elegido y Mas está creciendo ante nuestros ojos como líder visionario: «Soy un servidor de una causa histórica»: pastorear a la peña hasta la tierra prometida, claro. De JJ ha recibido el sintagma tramposo sobre el que descansa el gran equívoco: «El derecho a decidir». A decidir, qué, quiénes, en qué circunstancias. La Constitución y las elecciones legislativas y autonómicas a las que dio paso son la expresión del derecho a decidir en democracia. Los catalanes la aprobaron masivamente: votó ‘Sí’ el 61,43% del censo. El Estatut de 2006 obtuvo un refrendo 25 puntos inferior. Por ejemplo. Pero no conviene que hagamos fetichismo. El referéndum fue un invento de Napoleón Bonaparte y lo emplearon con mucho aprovechamiento Napoleón III, Franco, Fidel Castro y Bordaberry, entre otros de parecida ralea. Es la única manera en que los dictadores permiten a sus sojuzgados el ejercicio del voto. Franco convocó a los españoles a votar una por una las Leyes Fundamentales del Movimiento y las ganó todas. Sólo dos gobernantes perdieron un referéndum: Pinochet y el general De Gaulle, que sometieron su continuidad a plebiscito y la perdieron. Llegados a este punto, derecho a decidir, consultar al pueblo, qué de malo hay en ello. Pues depende. Permítame recordarle el mismo chiste que le conté a Ibarretxe hace diez años, antes de que se estrellara:«Señorita, ¿preguntar es ofender?». «Naturalmente que no, señor». «¿Por un casual es usted puta?».
Santiago González, EL MUNDO, 16/10/12