IGNACIO CAMACHO-ABC

  • ¿Qué «respeto» merece al líder de un partido constitucionalista un sedicioso huido tras alzarse contra el orden legítimo?

Contactos, dice. Contactos. Feijóo. Con Puigdemont. Indirectos, matiza. Hombre, sólo faltaría después de habérsela liado, con razón, a Yolanda Díaz por irse a Bruselas a departir con el fugado entre carantoñas y sonrisas. También ha dicho que le tiene «respeto» porque, como Abenámar el del romance, el moro de la morería, no suele decir mentira. ¿Será verdad, entonces, toda la quincalla del argumentario separatista, el España nos roba, el derecho catalán a la soberanía, la legitimidad del referéndum y demás consignas propagandísticas? El tipo que declaró la independencia para anularla en seguida, el que se fugó escondido en un maletero para no presentarse ante la justicia, el que engañó a la vez a Junqueras, a Rajoy, a Sáenz de Santamaría y a sus propios seguidores ¿es un hombre de palabra fidedigna? Ah, que las declaraciones se referían sólo a la amnistía. ¿Y eso lo conoce Feijóo de primera mano, de segunda, de quinta? Porque los demás, o sea, el conjunto de los ciudadanos, no tienen ni puñetera idea de qué se está negociando entre los bastidores de Waterloo. ¿Podría explicar el líder del Partido Popular qué sabe al respecto y cuáles son esas fuentes que le mantienen informado? ¿Qué intermediarios, de su parte y de la otra, participan en esos contactos? ¿Está ‘Puchi’ acaso relacionándose a la vez con Sánchez y con su adversario? ¿Alberga el dirigente popular alguna esperanza de entenderse con el prófugo una vez amnistiado?

Se mire como se mire, el jefe de la oposición –en funciones– se ha metido en un buen lío. Uno de esos que no desperdicia la maquinaria mediática del sanchismo. En su afán de ganarse la confianza de las élites ‘moderadas’ –como si eso existiera ya– del catalanismo ha sumido a las bases de la derecha en un caos dubitativo y se ha cerrado un camino a sí mismo. Si es obligación de todo responsable político hablar con cualquier formación que goce de respaldo democrático legítimo, ¿cómo reprochar ahora al presidente sus humillantes arrumacos con Bildu? Y sobre todo ¿de qué diablos puede hablar el representante de un partido constitucionalista, aunque sea a través de terceras personas, con un sedicioso huido después de alzarse contra el ordenamiento jurídico? (Sí, es cierto que Sánchez lo hace por conveniencia, claro, pero habíamos quedado –¿o no?– que carece de principios). ¿Qué clase de respeto merece, al menos para quien no esté dispuesto a malversar su prestigio, el cabecilla de un alzamiento subversivo fundamentado en una nítida convicción de supremacismo? A ver, resulta perfectamente comprensible que el ganador de las elecciones y alternativa de poder no permanezca cruzado de brazos en una situación de objetiva gravedad para el Estado. Lo que cuesta entender son esos bandazos, ese andar como pollo sin cabeza por el campo. La falta de tacto hacia las ideas y los sentimientos mayoritarios de su electorado.