EL MUNDO – 17/06/16 – ESTEBAN GONZÁLEZ PONS
· El autor sostiene que, desde hace décadas, la UE ha renunciado a un relato político e histórico para centrarse en la vertiente económica. Esto, sumado a la crisis, ha abonado el terreno a los euroescépticos.
Una tormenta se cierne sobre Europa. El próximo jueves será un día histórico para el presente y el futuro de la Unión. El día en que los británicos decidirán si quieren seguir siendo parte de ella o, si como indican de momento las encuestas, quieren abandonarla.
Con los datos en la mano, es evidente que en términos socioeconómicos –es decir, de bienestar general para los ciudadanos– al Reino Unido le conviene seguir dentro del proyecto comunitario.
Numerosos estudios lo confirman, tomando como referencia los flujos comerciales entre ambas partes, las oportunidades para empresas o el impacto en la City de Londres como plaza financiera. También lo confirman economistas independientes y organizaciones internacionales. Incluso medio centenar de las mayores empresas del mundo lo han dicho claramente por escrito y no hace muchos días, por si quedaba algún atisbo de duda.
También desde el punto de vista geoestratégico, y por mucho que pueda pesar el especial vínculo transatlántico con Estados Unidos, es evidente que para afrontar los grandes desafíos del momento, como son el cambio climático, el terrorismo global o los flujos migratorios, al Reino Unido le irá mucho mejor si lo hace acompañado de sus socios europeos que si tiene que luchar por separado.
A la inversa, creo que nadie duda de que para el conjunto de la Unión, es positivo que los británicos sigan con nosotros. Por los mismos motivos que acabo de mencionar, porque el Reino Unido aporta una perspectiva diferente y necesaria a muchos de los problemas europeos, y porque una salida británica sentaría un gravísimo precedente con multitud de lecturas y ninguna buena. Seguramente, la más transcendental de todas ellas es que el proyecto europeo –incluido el euro como moneda común, aunque los británicos mantengan la libra– no es inquebrantable como hemos creído hasta ahora, sino que es reversible y por tanto, en último término, destruible.
Ese precedente nos debilitaría a todos, precisamente, en un momento en el que Europa y sus Estados miembros estamos siendo desafiados por tres grandes amenazas: el populismo, el nacionalismo y la xenofobia.
Estas son las mismas causas que nos llevaron en las primeras décadas del siglo XX a las dos grandes guerras y a los horrores que todos conocemos. La Unión surgió precisamente como antídoto a todos ellos.
La suma de esas tres plagas, aventadas por la crisis económica de los últimos años, explica que una parte importante de la sociedad británica quiera dejar la Unión, aunque ello suponga renunciar a todas las ventajas que conlleva. De la misma manera, sólo este cóctel de factores y circunstancias justifica el ascenso de la extrema izquierda y la extrema derecha en toda Europa y en algunos países como Austria, Grecia o Francia con especial agresividad. Si algo tienen en común esos extremos es su permanente intento por identificar a Europa como responsable de los principales problemas de los europeos: el paro, la inseguridad y la falta de oportunidades.
Ese discurso –beneficiado por la inmaterialidad cotidiana de la Unión para la mayoría de los ciudadanos, por la dificultad de poner cara a las instituciones comunitarias y conocer cuáles son realmente sus competencias o su papel en nuestra vida diaria– va triunfando incluso en países como España, tradicional y mayoritariamente proeuropeo.
Desde hace décadas los europeos hemos renunciado a la construcción de un relato político e histórico de nuestra Unión, para centrarnos únicamente en la vertiente económica. Esto ha concedido a euroescépticos, nacionalistas y populistas el terreno adecuado para abonar sus tesis.
Quienes defienden el Brexit han logrado convencer a los británicos de que «Europa nos roba». Un discurso objetivamente insostenible, pero que contiene una poderosa carga subjetiva de odio y resentimiento, inapelable a la razón, y que ha sido inoculado en la población británica de la misma manera que otros lo han hecho en Cataluña con respecto a España.
Las matemáticas dicen que cinco hormigas suman más que cuatro elefantes. El bando del Brexit (como el independentismo catalán) se ha dedicado a contar las hormigas. El problema es que nadie en nuestro campo se ha acordado de pesar los elefantes. Europa no empezó como un proyecto económico, sino como un proyecto de paz. Pero con el tiempo nos hemos ocupado más de contar hormigas, nos hemos ocupado más de los números, dejando de lado los valores, las ideas, el peso de los elefantes.
Si los que somos europeístas hubiésemos construido un relato político a tiempo, el I want my money back de Margaret Thatcher jamás habría triunfado.
El referéndum del 23 de junio no debe ser considerado una situación aislada, propia de la tradicional forma en la que los británicos abordan su relación con el resto del continente. Es la expresión de un descontento, de una frustración que se extiende por toda Europa y que no va a desaparecer tras el voto del jueves.
No seamos tan ingenuos como para creer que los partidarios del Brexit sólo quieren la salida del Reino Unido del proyecto europeo. Buscan, además, la deconstrucción de la Unión Europea. Ninguno de los que hoy hacen campaña en favor del Brexit aceptaría ver a Gran Bretaña separada políticamente del continente y empequeñecida en el mundo, mientras la Unión se reconcilia consigo misma y se hace más fuerte. Necesitan, al tiempo que salen, que la Unión se disuelva.
POR TANTO, si el Brexit triunfa, llegarán después referéndums similares en Francia, en Países Bajos, en Polonia o incluso en Alemania. Y uno tras otro, irán desmontando la Unión Europea. Todos los europeos nos jugamos muchísimo en este referéndum.
Una tormenta se cierne sobre Europa y creo que nadie sabe realmente lo que nos espera, ya que no hay Plan B en Bruselas por si el Brexit se concreta. Es más, aun sabiendo que esa tormenta se aproxima, los que no somos británicos no podemos hacer mucho de momento. Cualquier declaración o intento de hacer campaña, podría ayudar a los partidarios de la salida.
Tenemos que volver a mirar a nuestros orígenes, pero con una perspectiva genuina y renovada. La generación de quienes vivieron los horrores de la guerra está desapareciendo. Por eso es tan importante recordar que más que una moneda única o un mercado común, Europa es un proyecto de paz, de derechos humanos y de libertad.
Nunca en toda nuestra historia los europeos habíamos hecho la transición entre dos siglos sin desangrarnos en luchas fratricidas. Nunca antes nuestra juventud había tenido la oportunidad de crecer sin pisar un campo de batalla. Nunca antes habíamos derribado tantos muros en vez de construir más fronteras.
Hemos perdido el entusiasmo por Europa, pero podemos recuperarlo. Y para eso necesitamos al pueblo británico.
El mensaje que el Reino Unido, cuna del parlamentarismo y de la declaración de derechos, trasladaría si se saliese de la Unión Europea es terrible. Nadie espera eso de quienes salvaron al mundo en la Segunda Guerra Mundial. Es incomprensible que los británicos, que dieron millones de vidas contra el horror nazi, 75 años después opten por abandonar Europa en vez de capitanearla.
Como dijeron los propios ingleses a los escoceses hace no mucho tiempo, We are better Together.
EL MUNDO – 17/06/16 – ESTEBAN GONZÁLEZ PONS