ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 09/07/15
· Este noviembre se cumplirán dos importantes aniversarios. Habrán pasado cuarenta años de la muerte del dictador Francisco Franco. Y como la dictadura duró cuarenta años y acabó de vieja en una cama de hospital puede decirse que la democracia cumplirá también cuarenta años. Un raro periodo de estabilidad, sólo superado en la modernidad política por los 49 años de la Restauración. En noviembre, y esto es lo sustancial, la democracia se habrá tomado definitiva revancha de la dictadura franquista y por primera vez la estabilidad y la prosperidad habrán adquirido forma democrática.
Es un sarcasmo de la historia que el aniversario de esta feliz continuidad vaya a producirse en un paisaje dominado por el afán de ruptura. El gobierno desleal de Cataluña y la demagogia populista han obligado a los partidos políticos a proponer reformas de la Constitución puramente artificiales: de momento, solo el PP permanece al margen de una impostación que ha arrastrado incluso a Ciudadanos. Viejos asuntos de la Transición reaparecen todos los días. El líder socialista, Pedro Sánchez, pretendió que fuera noticia, y lo fue, que la bandera española envolviera la reciente escena de la presentación de su candidatura.
Cuarenta años después de aquel Carrillo rojo pero gualda, la izquierda exhibe la evidencia de que no ha solucionado sus problemas gástricos con los símbolos. Asimismo, la memoria de la época franquista parece que va a dar largo entretenimiento a los ayuntamientos gobernados por el populismo. Por lo que leo en El País, en el Madrid de Carmena, sus labores, corre una lista que pretende impugnar los honores callejeros de Pemán, Manolete o Dalí. La justificación más graciosa es la de Manolete, que al parecer brindó toros por España. Cuando los ignaros descubran aquel «¡Olé!» de Dalí lo exhumarán para fusilarlo en Víznar.
El pronunciamiento, el cambio tumultuoso, es algo más que el nombre dado a las asonadas militares que todos los días impares del XIX lastraron la revolución burguesa. La observación histórica permite interpretarlo, sin forzamiento, como una forma moral de la vida española que se dio en cuarteles, palacios, ateneos y periódicos, y se da ahora en los platós de la política basura. Desde aquel cielo ensoñado por la mirada de Felipe González, en 1982, la vulgaridad política ha hecho de la palabra cambio la más gastada y vacua de la oferta electoral. Es hora de que alguien aquí reivindique fieramente la continuidad. El gran cambio español.
ARCADI ESPADA – EL MUNDO – 09/07/15