Guillermo Íñiguez-El Español 

  • Merkel ha marcado una huella imborrable en la política europea. Pero su ciclo llega a su fin y los alemanes tienen que elegir al sucesor que definirá el futuro de la UE.

Unión Europea vivió un momento histórico la semana pasada. Dieciséis años de gobierno (y cuatro presidentes franceses) después, Angela Merkel visitó el Elíseo por última vez. Y este domingo, los alemanes acuden a las urnas para elegir al sucesor de la canciller en unas elecciones que, además de desatar una profunda transformación del sistema político del país, tendrán consecuencias importantes a nivel europeo.

El fin de la era Merkel supondrá un punto de inflexión para una Unión Europea que perderá a quien ha sido su líder de facto durante tres de sus últimas grandes crisis: la de la Eurozona, la de los refugiados y la del coronavirus.

Con su estilo prudente, su aversión a la política del espectáculo y su inequívoca defensa de la democracia liberal, como sugiere un reciente editorial de The Guardian, la canciller ha sido un “baluarte” de “estabilidad” política durante más de una década. Merkel se ha mostrado, además, capaz de aprender de sus errores políticos, de reciclarse cuando las circunstancias lo requerían y de dar pasos al frente para salvar el proyecto europeo cuando éste más flaqueaba (como sucedió, por ejemplo, mediante la aprobación del fondo de recuperación, que dejó atrás la austeridad de décadas pasadas y fortaleció decisivamente a una Unión Europea amenazada por la pandemia).

Es cierto que el socialdemócrata Olaf Scholz, el gran favorito a en los comicios, ha adoptado un estilo parecido a lo largo de la campaña. En unas elecciones dominadas por la búsqueda de una nueva Merkel, como escribe Jeremy Cliffe, el sajón ha sabido venderse como el estadista que dará continuidad al merkelismo.

Pero si algo ha dejado claro la campaña electoral es que ninguno de los tres candidatos a la cancillería [el propio Scholz, Armin Laschet (CDU) y Annalena Baerbock (Los Verdes)] posee ni los niveles de valoración ni el peso político que sí tiene la propia Merkel. Su marcha, por lo tanto, dejará al bloque huérfano de su principal líder político. Una posición que sus sucesores, muy probablemente, no serán capaces de llenar.

El gatopardismo alemán

Tras dieciséis años de merkelismo, es poco probable que el nuevo canciller imponga un giro radical en la agenda europea del país. En primer lugar, por el consenso que existe entre los principales partidos alemanes. CDU, SPD, Verdes y FDP, pese a sus indudables diferencias programáticas, son firmes defensores de la integración europea; se muestran, en mayor o menor medida, reacios a la autonomía estratégica que reclama Francia; y carecen de una narrativa clara sobre el papel de Alemania en el nuevo orden mundial, mostrándose reacios a que Alemania lidere uno de dichos polos.

La ambición del próximo canciller se verá, además, limitada por las complejas negociaciones que se abrirán a partir del lunes. Según las encuestas, el nuevo Gobierno federal estará formada por tres partidos (muy probablemente, de distintos bloques políticos), que competirán entre sí por entrar en el Ejecutivo, imponer su programa y hacerse con las carteras más importantes, incluido el poderoso Ministerio de Hacienda.

Incluso una coalición liderada por el SPD podría encontrar resistencia interna para una mayor integración europea

Este último será, de hecho, uno de los factores que más condicionará la agenda europea de la Alemania post-Merkel. Un gobierno Jamaica, liderado por la CDU de Laschet, podría recuperar la Alemania ortodoxa de la crisis de la Eurozona. Su cerebro económico, el veterano Friedrich Merz, pertenece al ala más derechista y euroescéptica del partido y, en los últimos meses, ha denunciado el “instinto centralizador” de Bruselas, atacado la política fiscal del Banco Central Europeo y defendido las recientes sentencias económicas del Tribunal Constitucional federal alemán.

Pero incluso una coalición liderada por el SPD de Scholz podría encontrar resistencia interna a la hora de abordar una mayor integración europea. Pese a los ambiciosos programas europeos de SPD y Verdes (en su “programa de principios”, los ecologistas llegan a pedir una “república federal europea”) la llave para dicho gobierno la podría tener el FDP, un partido cuya agenda europea se asemeja más a la de la CDU, que ha hecho bandera de la rectitud fiscal a lo largo de la campaña y que se opone a la relajación de las reglas fiscales que piden países como España.

A lo largo de la campaña, su líder, Christian Lindner, ha dejado claro que aspira a hacerse con la cartera de Hacienda del próximo gobierno para poder así marcar su agenda económica. En un escenario en el que tanto SPD como CDU tengan opciones de gobernar, los de Lindner serán fundamentales no sólo para configurar el próximo gobierno, sino para avalar (o rechazar) algunas de las políticas europeas más ambiciosas propuestas por SPD y Verdes.

El declive de la derecha tradicional

Si bien las elecciones no acarrearán grandes giros en la agenda europea de Alemania, sí pueden desencadenar importantes cambios en Bruselas. Los comicios tendrán, por ejemplo, consecuencias dentro del propio Consejo Europeo, cuyos equilibrios políticos se verían notablemente afectados.

En primer lugar, la marcha de Merkel puede otorgar (sobre todo, si las negociaciones de gobierno se alargan) un mayor protagonismo a otros países del bloque. Bien porque Emmanuel Macron pase a liderar el nuevo eje francoalemán. Bien porque líderes como Pedro Sánchez o Mario Draghi opten por jugar un papel más importante. O bien porque alianzas políticas como el grupo de Visegrado, los países mediterráneos o los autodenominados frugales aprovechen la salida de Merkel para adquirir una relevancia mayor.

Igual de importante, en caso de una victoria del SPD, sería la nueva relación de fuerzas entre las principales familias políticas europeas.

Por primera vez en décadas, el Partido Popular Europeo (PPE) podría verse fuera de los principales gobiernos del continente: los de Alemania, Francia, Italia y España. Ello constataría, por una parte, la crisis electoral que vive el centroderecha europeo, cada vez más parecida a aquella sufrida por la socialdemocracia hace una década.

El vacío que dejará Angela Merkel será, ante todo, personal

Por otra, y de consolidarse esta situación (Macron, Sánchez y Draghi acudirán a las urnas en los próximos años), las elecciones alemanas dejarían a los populares en una situación muy delicada de cara al próximo reparto de carteras europeas, que tendrá lugar a finales de 2024. Para la derecha tradicional, por ello, la pérdida de la cancillería alemana puede ser el preludio de una pérdida de peso político a nivel continental.

Aún es pronto para saber qué significará el 26-S para la política europea. Sin embargo, cualquier giro radical en este sentido sería sorprendente. Tanto por la fragilidad y heterogeneidad del próximo ejecutivo como por el consenso existente, a nivel nacional, respecto al papel de Alemania en Europa.

El vacío que dejará Angela Merkel será, ante todo, personal. Durante más de una década, el bloque se ha acostumbrado a mirar a la canciller alemana en tiempos de crisis, fiando su destino a sus habilidades políticas. El rumbo que adopte la Unión a medio plazo, por lo tanto, dependerá principalmente de tres factores: de la composición del próximo gobierno; del interés que el sucesor de Merkel muestre por las políticas del bloque; y del afán de gobiernos como el de Italia, el de España y (sobre todo) el de Francia por ocupar el hueco que dejará la llamada Dama de Hierro europea.

*** Guillermo Íñiguez es analista político y máster en Derecho Europeo por la London School of Economics.