Del blog de Santiago González

Mi admirado Pablo Casado: He asistido como espectador perplejo a la moción de censura que Santiago Abascal planteó contra el presidente y he comprobado el consenso que usted ha suscitado en torno a su discurso, calificado de ‘brillante’ de manera transversal: desde Pablo Iglesias a Arcadi Espada, pasando por Ferreras, Escolar, Lucía Méndez y Bustos. Pocas veces disfruto tanto como cuando nado contra el mainstream, o sea que pongámonos a ello.

A mí no me lo pareció. Siempre le tuve a usted por un buen parlamentario, pero nunca le había visto abusar tanto de la argumentación ad hominem. Ni siquiera contra Sánchez, que tiene acreditadas algunas taras personales notables. Es verdad que Abascal incurrió en un par de errores graves: decir que Sánchez es el peor gobernante de los últimos 80 años y sus lamentables afirmaciones sobre Europa.

Los  Gobiernos de una dictadura no son comparables con Gobiernos democráticos. Por falta de homogeneidad. No por capacidad intelectual, comparen ustedes a ministros franquistas como Navarro Rubio, Ullastres, Fraga o López Rodó con la cuadrilla de indigentes intelectuales que forman el doctor Sánchez y sus 22. Y ninguno de aquellos plagió su tesis doctoral.

Tampoco fue brillante por las formas, al encadenar usted tópicos coloquiales de cuatro en cuatro: “el tiro le ha salido por la culata. Pero acepto el órdago: es hora de poner las cartas sobre la mesa: hasta aquí hemos llegado”.  Debió reconocer la paternidad de alguna de sus expresiones: “Yo no quiero a España porque sea perfecta”, José Antonio Primo de Rivera en 1935: “Amamos a España porque no nos gusta”.

Pero lo peor fue lo del terrorismo: “Gente como ustedes pasan por encima de la sangre de las víctimas de ETA”. Verás, Pablo (me permitirás la misma privanza que a Iglesias en el Congreso) faltaban bastantes años para saber quien eras tú cuando conocí a Santiago Abascal. Él era un chico de 19 años que iba a diario a la Universidad de Deusto, muy cerca de mi casa, acompañado por dos escoltas hasta el aula.  Su padre tenía en Amurrio varios caballos que un día amanecieron pintados: “Abascal, cabrón; Abascal, hijo de puta; Gora ETA”. Como el caballo del tío Eliseo en ‘la vida es bella’, pintado de verde aunque con palabras no tan gruesas: “Achtung, cavallo ebreo”.

Y lo de las víctimas. Abascal citó a las causas por sus nombres: los 858 asesinados por los terroristas, uno a uno. Usted y los suyos perdieron una ocasión para levantarse en señal de duelo. La hija de una víctima, María Jauregi, le exigió respeto para su padre: “No voy a permitir que manches su nombre”. Se equivoca la joven. Nadie discutiría el derecho de las víctimas a honrar a sus familiares, pero ese derecho no es exclusivo. Las víctimas del terrorismo son patrimonio de toda la nación. Y sí, Abascal tiene perfecto derecho a nombrarlo. Como yo mismo, aunque no me atrevería a discutir la legitimidad de su duelo. O el de su madre, que compartió almuerzo en una sociedad gastronómica con el asesino del padre y marido de ambas.

Pero las cosas son como son. Una víctima que pudo sobrevivir al atentado mostraba en ETB durante el recuento del 12-J su indignación por la solitaria diputada que Vox había obtenido en Álava, mientras EH Bildu iba por 23 escaños en el recuento provisional (al final quedó en 21) y la cámara transmitía implacable la imagen de sus dedos amputados por la carta-bomba.

¿Tiene usted esperanza de llegar algún día a La Moncloa? Tiene una estrategia rara para buscar apoyos, permítame que le diga.