- Habrá, puede, quienes piensen que eso es cosa del pasado, que la teologización mundana de la política, que cristalizó en bolchevismo y nazismo, no es ya más que un lejano objeto de arqueología histórica. Se equivocan
De la grisura obscena en que vivimos, me ha venido a sacar la lectura de un libro inesperado. Y esclarecedor. «Máscaras vacías» es la obra de madurez de un filósofo joven, pero con ya largo recorrido. Los libros de José Sánchez Tortosa han ido sentando autoridad en lo que a analizar la voladura de la enseñanza en España concierne. Y –junto a Fernández Vítores, Palmero y Mira Almodóvar– su autor es uno de los muy pocos analistas serios de la historia y lógicas del antisemitismo entre nosotros. En este libro último suyo, procede a rastrear la clave metafísica en la cual se anudan sus dos precedentes decenios de análisis concretísimos, casi quirúrgicos, de una realidad que hasta tal punto nos envuelve y contamina que apenas acertamos a verla.
Frente a los mesianismos populistas en alza, «Máscaras vacías» busca asentar el territorio de lo que su autor llama un «ateísmo político». Que nada tiene que ver, explicita el autor con «negar la existencia de Dios o de los dioses». Sino con librar el combate contra la avalancha boba del angelismo populista. Y llamar a una prudencia básica: no intervenir jamás políticamente en teología, ni teológicamente en política. Tener siempre a la vista el axioma de Carl Schmitt, sí: «Todos los conceptos de la moderna teoría del Estado son conceptos teológicos secularizados». Pero tener a la misma vista –e igual de siempre– el espejo de la realidad histórica en la que eso se materializó hace un siglo: en los totalitarismos del primer tercio del siglo XX. Y preguntarnos si nos sentimos capaces de repetir el número anonadante de millones de víctimas que tan salvíficos «asaltos a los cielos» legaron como pesada herencia.
Habrá, puede, quienes piensen que eso es cosa del pasado, que la teologización mundana de la política, que cristalizó en bolchevismo y nazismo, no es ya más que un lejano objeto de arqueología histórica. Se equivocan. Desvelar ese error es lo crucial en el libro de Sánchez Tortosa: un análisis al microscopio de toda esta obsesión identitaria en torno a la cual damos vueltas sin siquiera apercibirnos. Y que hoy tiende a trocarse en hegemónica.
Narciso es, en el primer cuarto del siglo XXI, arquetipo primordial de autoengaño y voluntaria servidumbre. Nada, absolutamente nada en la historia humana se ha ajustado tan milimétricamente como nuestro hoy al hipnótico relato que de la historia del bello hijo de la ninfa Liríope trazara Ovidio en sus «Metamorfosis», atónito ante el espejo de las aguas que le devuelve su imaginado rostro: «cautivado por la belleza que está viendo, ama una esperanza sin cuerpo; cree que es cuerpo lo que es agua, se extasía ante sí mismo…, se desea a sí mismo sin saberlo, gusta el mismo a quien gusta…, no sabe lo que ve, pero lo que ve le quema: esa sombra que está viendo es el reflejo de su imagen». Hasta naufragar en sí mismo.
La identidad del que se mira en ese espejo tiene un valor más alto que cualquiera otra cosa, que todas: es una teología autista, que sólo a los dictados del yo alzado a la condición de mito ajusta sus comportamientos. Como una auto-utopía identitaria la va describiendo Sánchez Tortosa, en páginas meditadísimas que ven como formal arquetipo de ese metódico delirio Auschwitz: un Auschwitz que es «el nombre de una utopía. Un no lugar, el lugar del vacío, una dimensión invisible, inaceptable en toda su crudeza, en toda su verdad despiadada, el agujero negro que engulló la vida de millones de europeos, reducidos a la nada», sencillamente porque no eran parte de la identidad colectiva, a la cual fue dictado rendir sacrificial culto. En la identidad, nos enseñan estas «Máscaras vacías», reside la muerte; la identidad no es más que el cerco de muerte con el cual atrinchero las blindadas certezas que suplen el riesgo moral del acto libre.
¿La filosofía en esto? Como la libertad: «un deshacer», un perderse en el otro, en lo otro. También, un abominar «la fortaleza de los sistemas de creencias» cuya despotismo arraiga en la coartada de «crear identidad». La filosofía es guerra contra el reino de Narciso.