ETA/Batasuna no pueden perder ningún tren, pues ninguno posee realidad independiente de ese núcleo de existencia real y siempre duradero que es el mundo del nacionalismo radical violento, y por eso no pueden pasar, sino que están, tienen que estar, a disposición de la voluntad soberana que es ese yo colectivo.
El solipsismo es, probablemente, la gran enfermedad de la cultura moderna. Todo parece empezar en el yo y terminar en él. Todo conduce al yo, y la enfermedad es aún más grave cuando ese yo es colectivo, pues transmite más fácilmente la posibilidad de prescindir de todo lo que no sea uno mismo. El tan predicado diálogo es un monólogo: si uno se basta a sí mismo, no necesita hablar con nadie. La comunicación de verdad solo es posible desde el reconocimiento de que uno no se basta a sí mismo.
Cuando los analistas hablan en Euskadi de ETA/Batasuna, casi siempre aparece la metáfora de que han perdido todos los trenes que han ido pasando, que se les ha pasado el tiempo. Es una metáfora acertada, porque pone de manifiesto que los únicos que no ven que el tiempo pasa, y va transformando la realidad, son quienes están inmersos en la lógica de ETA/Batasuna. La pérdida de capacidad de percibir el paso del tiempo implica la pérdida de capacidad de conectar con la realidad.
Una lectura pausada del documento de debate producido por los actuales líderes de Batasuna, y que muchos celebran como el gran salto adelante en su desvinculación de ETA, produce la sensación de encontrarse ante un esfuerzo mítico por hacer parar el tiempo, por negar su realidad. Si la gran aportación de Heidegger, en palabras de Levinas, es la de haber introducido el tiempo y todo lo que implica –cambio, contingencia, cuestionamiento de la realidad, angustia– en el ser, quienes escriben en el mundo de Batasuna, y en el de ETA, se colocan en las antípodas: hacer como si el tiempo y la realidad por él condicionada no existieran.
Es patético el esfuerzo que se realiza en ese documento para compatibilizar la afirmación de que las condiciones han cambiado, hasta el punto de requerir una lucha exclusivamente política, al margen de todas las violencias, y la demostración de que todo lo hecho hasta ahora, incluidos los asesinatos cometidos por ETA, ha estado bien, ha tenido su lógica, su valor, su verdad y su justificación. Es patético constatar la necesidad de reafirmarse en todo lo que se ha sido, incluyendo irreversibilidades como la instauración de víctimas asesinadas, como único camino para presentarse como apuesta de cambio.
El documento deja patente que Batasuna y ETA piensan que siempre han tenido razón. Las únicas críticas que aparecen están referidas a no explicar ni socializar bien sus planteamientos en cada momento. Pero no se ve por ningún lado el más mínimo atisbo de crítica de los planteamientos fundamentales. Es más: la idea del documento consiste en salvar los planteamientos fundamentales para el futuro ante el riesgo de que los cambios que aparecen en el horizonte supongan su inviabilidad.
Y lo que el documento trata de salvar no es solo la idea de independencia y de territorialidad –toda Euskalherria–, sino la idea de que la situación cambiada actual es óptima y de que es, además, producto de todas las apuestas tácticas y estratégicas puestas en marcha desde el inicio por ETA. Todo lo que no es ETA/Batasuna existe solo en función de ETA/Batasuna, es solo producto de las acciones llevadas a cabo por ETA/Batasuna, no tiene realidad por sí mismo. El grado máximo de solipsismo: todo lo que existe es el yo colectivo ETA/Batasuna y sus emanaciones.
¿Cómo puede venir del mundo de ETA/Batasuna un proyecto nuevo, si el impulso fundamental vive de tener que justificar todo lo hecho hasta el momento, y si la realidad de lo que no es ETA/Batasuna no existe si no es función de ese yo colectivo que se tiene por el todo del pueblo vasco? ETA/Batasuna no pueden perder ningún tren, pues ninguno posee realidad independiente de ese núcleo de existencia real y siempre duradero que es el mundo del nacionalismo radical violento, y por eso no pueden pasar, sino que están, tienen que estar, a disposición de la voluntad soberana que es ese yo colectivo.
Las críticas que merece el documento de debate de Batasuna pueden acogerse a elementos muy concretos que aparecen en el mismo. Por ejemplo, su disposición a hacer exclusivamente política reclamando para ello el cese de todas las violencias, algo que implica la desaparición del Estado, que no es otra cosa que el monopolio legítimo de la violencia, y no su negación.
Las dificultades para percibir la realidad como algo independiente de la voluntad del yo colectivo encarnado por ETA/Batasuna aparecen con total claridad en el desprecio que profesa el documento por el PNV, aunque algunos de los líderes de este partido no se quieren dar por enterados: buena parte de los militantes y votantes del PNV no tienen sitio en el yo colectivo solipsista de ETA/Batasuna, pues representan la realidad contingente, el pluralismo que rompe el soliloquio y provoca el diálogo: tener que comunicarse con el otro, con el distinto, con el que no se deja absorber en el agujero negro del yo absoluto de ETA/Batasuna.
Nada nuevo bajo el sol de ETA/Batasuna. Y si las barbas del vecino ves mojar, pon las tuyas a remojar: el solipsismo –yo, y solo yo– abunda en nuestros tiempos.
Joseba Arregi, EL PERIÓDICO DE CATALUÑA, 17/12/2009