Nos jugamos la consolidación de todo lo conseguido en los últimos años. Necesitamos una narrativa centrada en tres ejes: la exigencia de la condena de toda la historia de terror; la exigencia de la aceptación del Estado de Derecho; y que el futuro no se puede escribir desde un proyecto político que ha causado casi mil asesinatos.
SI POR ALGO se caracteriza el mundo de ETA y de Batasuna, de la llamada izquierda abertzale, es por su inteligencia. Es cierto que han sido poco listos en lo fundamental -en no darse cuenta a tiempo que su época había acabado- y que han llegado tarde a todas partes. Pero han sido, y siguen siendo, extremadamente avezados en todo lo referente a la táctica.
Han sido inteligentes imponiéndonos su lenguaje. Siempre hemos discutido sobre lo que ellos consideraban importante en su estrategia. Siempre hemos debatido usando los términos establecidos por ellos. Si hablaban de amnistía, discutíamos de amnistía, si hablaban de autodeterminación, discutíamos de autodeterminación, si hablaban de Euskal Herria, en sustitución de Euskadi, nosotros también hablábamos de Euskal Herria.
Batasuna y su entorno se han pasado los últimos meses no sólo anunciándonos lo que iba a suceder, lo que ETA iba a decir, lo que ellos iban a decir, sino indicándonos cómo debíamos entender lo que nos anunciaban que ETA iba a decir, lo que ellos iban a decir. Nos han hablado de la tregua a anunciar por ETA, y nos han dicho que si ETA habla de tregua general, unilateral y verificable, quiere decir que su renuncia al terror es irreversible. Nos han dicho que nos fijemos en la autonomía que ellos han conseguido frente a ETA, que veamos lo novedoso en sus formulaciones, cómo hablarán de rechazo de la violencia de ETA si en el futuro se produce algún atentado, de que lo importante es su apuesta por las vías exclusivamente políticas.
Y nosotros, como buenos alumnos, valoramos sus pasos en la medida que ellos mismos nos han inculcado como la adecuada para juzgarlos. Así van aprobando examen tras examen, porque ellos son alumno y profesor al mismo tiempo. Porque nosotros no hemos tenido la capacidad de definir nuestro propio lenguaje, de establecer nuestros propios baremos de valoración, nuestro criterio propio a la hora de juzgar sus pasos.
Nos hemos olvidado de establecer con suficiente claridad que la medida de la ruptura de Batasuna con ETA está puesta ya en la historia de terror que han compartido, como ejecutores de los asesinatos y como encubridores y justificadores de esos mismos asesinatos. Que por ello lo único que debíamos haberles pedido es que condenaran esa historia de terror, y que lo demás sería simplemente consecuencia de esa condena, que es el cordón umbilical que les ha unido, y les sigue uniendo todavía, a ETA. Y ahora nos encontramos con problemas para negarles la legalización, porque, aunque no condenan la historia de terror de ETA, están dispuestos a rechazar la violencia de la banda terrorista en el futuro.
Como nos han intoxicado hasta la saciedad con la bondad que supone su apuesta por vías exclusivamente políticas, se nos ha olvidado elaborar nuestro propio discurso en el que la exigencia mínima para jugar en el espacio de la democracia es la aceptación de todo lo que implica y significa el Estado de Derecho, la sumisión de todas las voluntades, sentimientos, confesiones, identidades y proyectos políticos a las exigencias del imperio de la ley. Ahora nos encontramos con dificultades para negarles la legalización porque se reafirman en su apuesta por las vías exclusivamente políticas, aunque en el rechazo de la violencia incluyen, como la de ETA, la violencia del Estado, que en democracia se define como monopolio legítimo de la violencia. Y por eso pasan de afirmar que aceptan el Estado de Derecho a pedirle la legalización porque, en su opinión, cumplen todos los requisitos que ese sistema democrático establece.
Nos han dicho tantas veces que la verdadera democracia es aquella que, utilizando medios exclusivamente pacíficos, admite todos los proyectos políticos como igualmente legítimos, que hemos caído en la trampa. Ahora los amigos de los terroristas nos dicen que apuestan por medios exclusivamente políticos, pacíficos, y parece que nos encontramos con dificultades para negarles la legalización aunque todos seamos conscientes de que el proyecto político que pretenden llevar a cabo es totalitario, y niega el derecho a ser diferente de lo que ellos definen como buen vasco. Es un proyecto que niega el derecho a la diferencia, la libertad y el derecho de ciudadanía por encima de las confesiones identitarias y de los sentimientos de pertenencia.
Nos hemos llenado tanto la boca afirmando que España es diversa, olvidándonos de que las sociedades catalana, vasca y gallega lo son tanto o más que el conjunto de España, que nos parece normal que los nacionalismos periféricos nieguen esa diversidad para el interior de las sociedades en las que se han instalado.
Cuando se ha luchado durante tantos años contra un terrorismo como el de ETA, cuando en los últimos años el Estado ha acertado con su estrategia y ha debilitado seriamente a la banda y además ha obligado a Batasuna a plantearse seriamente su futuro, acercando así la derrota definitiva de los terroristas, hemos olvidado que todavía queda lo más importante por hacer: escribir la Historia y no dejarla en manos de los derrotados.
No hace mucho el diputado general de Guipúzcoa afirmó, en un desayuno en Bilbao, que eran ETA y Batasuna los que traían la tan ansiada paz a la sociedad vasca, propiciada además por el rechazo de ésta a la violencia de ETA. Es la Historia escrita al revés. Pero lo malo es que personajes así pueden afirmar tal cosa, que son ETA y Batasuna quienes traen la paz a Euskadi, porque los demás hemos abandonado lo más importante en el momento de la victoria: la narrativa.
POR ESO no es nada raro que ETA, con su anuncio de tregua, y Batasuna con su nuevo nombre y su nuevo partido, aparezcan como héroes del relato, porque parece que nosotros no nos hemos preocupado de escribirlo. Hemos abandonado, al igual que la batalla por las palabras y los términos del debate, la batalla de la narrativa, el esfuerzo por escribir la Historia desde la perspectiva de quienes han sufrido el terror de ETA, de los asesinados, de los amenazados y perseguidos, de quienes nunca han tenido -y siguen sin tenerlo- lugar en el proyecto totalitario de Batasuna.
Los terroristas y sus defensores han sido derrotados, pero nos dictan la Historia. Quienes nos han negado la libertad nos traen ahora, supuestamente, la paz. Porque en lugar de dedicarnos a escribir la verdadera Historia nos hemos dejado enredar en menudencias, en carreras estériles por ver quién era el primero en anunciar la llegada de la paz, en el desgaste entre partidos políticos, en escenarios secundarios, en cobrarnos piezas colaterales. Mientras, ellos escribían su versión y la hacían prevalecer.
En estos momentos nos jugamos definitivamente la consolidación de todo lo conseguido en los últimos años; nos jugamos la victoria del Estado de Derecho sobre el terror de ETA. Necesitamos una narrativa y unos criterios centrados en tres ejes fundamentales: la exigencia de la condena de toda la historia de terror de ETA, la exigencia de la aceptación del Estado de Derecho, y la afirmación de que el futuro político de la sociedad vasca no se puede escribir desde el punto de vista de un proyecto político que ha sido la causa de casi mil asesinatos.
De otra forma nos encontraremos con lo que describe Timothy Snyder en Bloodlands, con que son los labradores ucranianos exterminados por la hambruna provocada por Stalin los agresores contra la revolución mundial, es decir, con que son los asesinados por ETA los que han sido obstáculo para que la paz llegara algún día a Euskadi.
(Joseba Arregi es ex consejero del Gobierno vasco, escritor y ensayista)
Joseba Arregi, EL MUNDO, 10/2/2011