LA NECROFILIA española es un desorden colectivo de la afectividad que no tiene cura. El necrófilo se alimenta de muertos, del mismo modo que el Minotauro exigía carne paritaria –siete mozos y siete doncellas– para entretener el hambre en el laberinto. De la heroína hay quien ha salido, pero de la necrofilia aquí no sale nadie y la única solución es conllevarla, como el independentismo. Si cualquier toxicómano recurre a la metadona, el necrófilo debe acostumbrarse a tolerar excentricidades como la vida, el presente y el futuro en pequeñas dosis. Pero siempre está expuesto a una recaída majestuosa, la de ese dipsómano que atraca el minibar a la vuelta de una reunión de alcohólicos anónimos. El Valle de los Caídos es el gran minibar del más reincidente necrófilo ibérico, que es el antifranquista.
El necrófilo antifranquista es una criatura maravillosa, es decir, no opera con la realidad actual sino con el símbolo antiguo, la magia negra y el postureo tertuliano. No llegó a tiempo para luchar con éxito y algún valor contra el Franco vivo, culpa que lo atormenta y que trata de expiar luchando con denuedo contra el Franco muerto, para lo cual debe primero resucitarlo, siquiera en efigie. O en calcio seco, que es todo lo que debe de quedar en la fosa de Cuelgamuros. No se trata de exhumar a Franco, disparate que a nadie se le ocurre, sino de votar una proposición no de ley sin efectos vinculantes que inste a la conveniencia de la posibilidad de la hipótesis aconsejable de exhumar a Franco, que es distinto.
Ningún terruño de España se libra de la fúnebre afección, especialmente virulenta allí donde la españolidad siempre fue más acusada, caso del País Vasco. En Basauri acaban de convocar varias plazas de sepulturero, peón sepulturero y tubero-soldador. Los candidatos, eso sí, deberán acreditar el nivel PL1 de euskera, porque nadie como el necrófilo comprende el derecho de los muertos a ser enterrados en su lengua vernácula.
Rico es el arte español en temática mortuoria desde los capiteles románicos hasta Berlanga, y el PSOE, Podemos y Cs no hacen otra cosa que continuar tan berlanguiana tradición con sus votos antifranquistas. Ahora bien, no creo que ningún artista español supere el mutis del escritor Boris Vian, que murió de un ataque cardiaco mientras protestaba enérgicamente en el cine contra la adaptación de su novela Escupiré sobre vuestras tumbas. Esto no lo mejora ni Maduro, el hombre que según Pastrana asesina a sus compatriotas para distraer la atención de la corrupción del PP.
El necrófilo cazafachas se diferencia del niño de El sexto sentido en que no ve a Franco en ocasiones, sino que lo ve a todas horas y en cualquier lugar: detrás de una joyería de Serrano, de un diputado pijo, de la factura de la luz o de otra final de la Champions alcanzada por el Madrid. Su trabajo es ingente, pues tiene que luchar no solo contra el franquismo histórico sino contra el franquismo imaginario, que resulta inabarcable, del mismo modo que un obseso sexual se pone palote con la silueta de una guitarra.
Sobre antihéroes y tumbas convendría opinar con la modestia de los hechos, no con la exageración del simbolismo. Ni el fémur de Cervantes equivale al Quijote ni las caries de la calavera de Franco encarnan sus infamias. Al español de hoy debería bastarle con el peso de la historia sobre el dictador y esa última voluntad de Beckett: «Una lápida de cualquiera color, con tal de que sea gris».