Belén Altuna, EL PAÍS, 2/5/12
Ayer, 1 de mayo, le daba vueltas al tema de esta columna cuando me topé con el documento de la Propuesta Socioeconómica firmada conjuntamente por la izquierda abertzale, EA, Aralar y Alternatiba, y presentada en tan significativo día. Lo que en origen me rondaba el magín era la pobreza de alternativas que nos plantean los expertos, enzarzados en el dilema de si hay que ajustar para crecer o crecer para ajustar (el huevo y la gallina de la austeridad y los incentivos), sin ir mucho más allá. Ni el humo del humo de aquella refundación del capitalismo del que se hablaba al principio de la crisis. Pues bien, la Propuesta sí que va más allá.
Recordarán unos carteles que poblaban las calles en la pasada huelga general: “España es nuestra ruina” (sobreimpreso en la cara de Rajoy), rematado por un previsible “Independentzia”. Un buen resumen de la propuesta ahora explicitada. Al ver los carteles pensé que, efectivamente, además del fin de ETA, la crisis feroz serviría a la izquierda abertzale para ganar adeptos para su propuesta soberanista. Y es que la independencia es, a juicio de los firmantes, el medio indispensable para conseguir un fin superior: un modelo socioeconómico alternativo al neoliberal (y al que curiosamente ahora en ningún momento llaman “socialista”); un sistema “justo, solidario y sostenible” que rechazaría las imposiciones de los mercados, defendiendo los derechos de la clase trabajadora; que impulsaría el reparto del poder, combinando la democracia directa, la participativa y la representativa; que apostaría por un “desarrollo endógeno”, dando prioridad a la “producción local y de proximidad, a la ecológica y a la ahorradora en energía”, promoviendo un sector primario que hiciera posible la “soberanía alimentaria”; que crearía un sistema financiero público vasco que orientara “el ahorro público hacia las necesidades sociales y la inversión productiva en Euskal Herria”; que promulgaría un sistema educativo con un curriculum propio, euskaldun, que tuviera “como eje la identidad vasca en su más amplio sentido” (no quiero ni pensar la que se liaría si algún sector español se atreviera a utilizar una formulación parecida…), etcétera.
Lo más sorprendente, lo más significativo, es que en sus 52 páginas no aparece ni la más mínima referencia al encaje en la Unión Europea. Es de suponer que una soberanía económico-política tan plena y alternativa como la pretendida no es compatible con la zona euro. Sobre eso ni mu. ¿Tendríamos una moneda propia, por tanto? Ni mu. ¿No conllevaría eso fuga de capitales, inseguridad jurídica, etcétera, además de las evidentes tensiones provocadas por la secesión y las políticas intensivas de construcción nacional? Ni mu. Por más que el texto esté cruzado de ideales de justicia y solidaridad admirables, mi sensación es desoladora: ¿es que no somos capaces de imaginar algo mejor que ese replegar comunitarista?
Belén Altuna, EL PAÍS, 2/5/12