José Antonio Zarzalejos-El confidencial

  • Cataluña está siendo un laboratorio de la ideología del decrecimiento, pero las fuerzas extremistas de la izquierda la están absorbiendo en toda España. Este es el fondo de la confrontación

En el cuento de Hans Christian Andersen titulado “El traje nuevo del emperador”, es un niño quien grita entre la multitud “¡el Rey está desnudo!” y, como por ensalmo, todos los que alucinaban observando al monarca revestido de una indumentaria imaginaria repararon en el engaño de su costurero y constataron que, efectivamente, desfilaba sin ropa. Pues bien, Cataluña necesitaba que alguien —desde la propia Cataluña— dijese a sus ciudadanos la verdad de lo que allí está ocurriendo como consecuencia directa del fracasado proceso soberanista. Y ese alguien ha sido el Círculo de Economía, que hace solo unos meses —en junio— recibió con parabienes al nuevo Gobierno de la Generalitat y celebró los indultos a algunos dirigentes secesionistas. Ayer, este ‘lobby’ empresarial de larga trayectoria manifestó su “decepción” para con el Ejecutivo autonómico y con el Ayuntamiento de Barcelona que, no se olvide, es gestionado por una coalición entre los comunes y el PSC. 

Las ocho páginas de la nota de opinión del Círculo son lúcidas —se podrá aducir que también tardías, pero más vale tarde que nunca— y enmiendan la totalidad de las políticas de la Generalitat secesionista y las sectarias y extremistas, además de ineficaces, del ayuntamiento que encabeza Ada Colau. La situación de Barcelona duele. Los empresarios expresan en público y sin cataplasmas lo que venían diciendo en privado. En sociedades hegemonizadas por el nacionalismo, la adhesión a la causa es lo políticamente correcto. No ‘estar’ y no ‘sentirse’ partícipe de la verbena patriótica provoca exclusión y causa un miedo que hasta ahora ha sido invencible. Ya parece que no tanto.

El Círculo acierta en tres aspectos en su nota de opinión. En primer lugar, rectifica el entusiasmo manifestado en las jornadas que organizó en el mes de junio, que transmitieron una impostada adhesión al ‘statu quo’ catalán. Algunos de los intervinientes se pasaron de frenada y Aragonès llegó a creer —hasta ayer— que todo el campo era orégano. Cuando se rectifica y se acierta, hay que celebrarlo y los empresarios del Círculo han corregido el tiro. Lo han hecho, además —segundo acierto—, sin incurrir en esa muleta argumental tan del gusto del victimismo nacionalista: echar la culpa de los males —en todo o en parte— a un enemigo exterior que para los secesionistas catalanes siempre ha sido y es España, o en versión más sofisticada, el Estado. Asumir que lo que ocurre en Cataluña es un problema de la sociedad catalana y de las clases dirigentes de la comunidad es el comienzo de un buen diagnóstico.

Y el tercer acierto —quizás el de más envergadura e importancia— es la denuncia de “la apología del decrecimiento”, a la que se califica como “una irresponsabilidad”. El anticapitalismo militante, desde una perspectiva anarquizante, propugna que hemos de empobrecernos para igualarnos, también para hacer el planeta más sostenible y, desde luego, para liquidar a las élites extractivas. Es un modelo ideológico regresivo y, en algunos aspectos, resentido, aunque en esa teoría militan de buena fe ciertos sectores ecologistas, naturalistas y localistas. Cataluña está siendo un laboratorio de la ideología del decrecimiento, pero las fuerzas extremistas de la izquierda la están absorbiendo en toda España. El fondo de la confrontación —que algunos confunden con la crispación— hunde su raíz en la colisión del modelo de empobrecimiento supuestamente virtuoso con el del progreso pragmático. Por eso, los empresarios del Círculo piden “centralidad” como fórmula para aprehender los mejores elementos del bienestar económico con las exigencias de sostenibilidad, mayor igualdad y generalización de oportunidades.

Y, por fin, el Círculo, aunque sin que la nota imprima estas líneas con tipografía negrita, sostiene que “el futuro de Cataluña pide una política de Estado, y, por lo tanto, volver a tener presencia e influencia catalana en España, el único Estado realmente existente que tenemos los catalanes”. En otras palabras, dejarse ya de “ensoñaciones” (sic de la sentencia del Supremo de 19 de octubre de 2019) y regresar a la política que desde el inicio de la transición hasta 2012 encumbró Barcelona y Cataluña en todos los ámbitos: el económico, el político y el cultural. De ahí que el Círculo reclame “normalidad”, “realismo”, “amplios consensos” y “coraje político y sentido de país”. ¿Podría estar iniciándose una rectificación en Cataluña? 

El Círculo deja desnudo —como el niño del cuento de Andersen— al independentismo recalcitrante que parece sacrificar a su propia sociedad en el altar de la patria, remedando el episodio bíblico de Abraham inmolando a su hijo ante un Dios que le puso a prueba, pero que detuvo el puñal antes del filicidio. Los empresarios, con su denuncia de la “apología del decrecimiento” por la gestión del independentismo y del populismo en el ayuntamiento barcelonés, inician, seguramente, un auténtico camino de la amargura porque el entorno mediático y político afecto a la causa del empobrecimiento se lanzará sobre ellos. Hasta que se deshagan complicidades, se volatilicen intereses espurios, se reviertan enroques ideológicos y se racionalicen emociones… Hasta que el diagnóstico del Círculo no cause estado en Cataluña va a pasar mucho tiempo. Pero era necesario que alguien golpease el portalón catalán con una sólida aldaba. Y no ha habido otra que lo sea más que esas ocho páginas del Círculo que si favorecen a su comunidad, lo hacen también a toda España. Porque buscan el encuentro común en la prosperidad y eluden la hostilidad generalizada que provocaría la teoría del decrecimiento.