ETA actúa sobre la base imprescindible de una previa construcción política del extraño (el no vasco), seguida de un proceso de producción social de la distancia (aislamiento de la víctima marcada), y la consecuente generación de la indiferencia moral. El asesinato consumado no es más que el último eslabón de este proceso.
¿Acudiría un pastor massai a la proyección de un documental sobre la vida salvaje en los parques nacionales de Kenia? Acaso si fuera esa la ocasión para conocer, por primera vez, una sala de cine; pero, saciada su curiosidad por la novedad técnica, ¿acudiría sólo con el objetivo de contemplar las evoluciones de unos seres -antílopes, cebras, hienas, leones- con los que convive a diario?
En Euskadi hay personas con las que convivimos a diario, con las que compartimos portal, calle, plaza, oficina o centro de enseñanza, sobre las que, sin embargo, se realizan documentales. Documentales como Asesinato en febrero (Eterio Ortega, 2001), Voces sin libertad (Iñaki Arteta, 2004) o Perseguidos (Eterio Ortega, 2004). Documentales que buscan aproximarse a la realidad de unas vidas rotas por el asesinato o por la amenaza de muerte. Unas vidas que la cámara aproxima a un público que, si quisiera, podría conocer de primera mano: bastaría con llamar a la puerta de nuestro vecino, con tomar del brazo a nuestra compañera de trabajo, con mostrar nuestro apoyo al concejal de nuestro pueblo… Pues se trata de trabajos documentales realizados prácticamente en tiempo real. No estamos hablando de obras como Nuit et brouillard (Alain Resnais, 1955) o como Shoah (Claude Lanzmann, 1985), realizadas años después de que hubieran tenido lugar los horribles hechos sobre los que trabajosamente se hace memoria. En nuestro caso contemplamos en la pantalla lo que podríamos ver casi en directo si nos asomáramos a la ventana. Pero somos, como los protagonistas de Ensayo sobre la ceguera, «ciegos que, viendo, no ven».
Tal vez sea esto lo primero que hemos de tener en cuenta cuando nos aproximamos a documentales sobre las víctimas de ETA: lo que vemos en la pantalla está ocurriendo aquí, en estos precisos momentos. Pueden cambiar los nombres, pero las circunstancias son las mismas: aquí, entre nosotros, viven personas marcadas, rondadas noche y día por el miedo a la muerte, que, sin embargo, han elegido la dignidad frente a la mera supervivencia. Están aquí, a nuestro lado, pero están solas. El cartel anunciador del último trabajo de Eterio Ortega no puede ser más elocuente: una fachada cubierta de ventanas, una de las cuales aparece marcada con una enorme aspa roja. Presentado en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, Perseguidos narra la vida de quienes, amenazados por ETA, dependen de la protección de sus escoltas para llevar a cabo hasta la más cotidiana de las acciones. Pero a pesar de esa compañía constante no hay soledad menos acompañada que la de esos concejales. Están ahí, junto a nosotros, ventana con ventana, puerta con puerta, marcados. Pero realmente acaban estando al otro lado.
El terrorismo es un proyecto de exterminio en el sentido en el que Sven Lindqvist utiliza este término: «exterminio» significa poner a alguien al otro lado de la frontera, terminus. Las víctimas del terrorismo en Euskadi han sido, por encima de cualquier otra circunstancia, víctimas de una determinada perspectiva sobre lo que esta sociedad debe ser. Una perspectiva cuya característica más destacable es la de considerar que en el Nosotros vasco por construir hay personas que están de sobra. Personas que, porque están de sobra, deben ser puestas más allá -ex terminus- de la frontera moral que define ese Nosotros. ¿A través de qué medios? Puede ser mediante la amenaza y el amedrentamiento, de manera que se retiren a un forzado exilio interior o finalmente opten por dejar el país. O puede ser, también, mediante la más expeditiva eliminación física. Las víctimas del terrorismo han sido amenazadas de muerte, asesinadas o malheridas tras haber sido previamente definidas como población sobrante.
La limpieza étnica, la eliminación del diferente, sólo es posible sobre las ruinas de la comunidad de aceptación mutua. La eliminación del otro exige la puesta en práctica de un ambicioso y complejo programa de des-vinculación y, consecuentemente, de desresponsabilización. En 1935 el rabino de Berlín describió así la situación de los judíos en Alemania: «Acaso esto no haya sucedido nunca en el mundo y nadie sabe cuánto tiempo se puede soportar: la vida sin vecinos». El Holocausto fue posible sólo tras un largo proceso de construcción política del extraño (Beck) mediante el cual determinadas personas pasaron de la condición de vecinos a la consideración de «judíos», siendo expulsados en la práctica del espacio de los derechos y las responsabilidades. Éste fue el primer paso para poner en marcha mecanismos de producción social de la distancia, condición para la producción social de la indiferencia moral (Bauman). Sólo así fue posible generalizar entre los alemanes corrientes la convicción de que, por muy atroces que fueran las cosas que les ocurrían a los judíos, nada tenían que ver con el resto de la población y, por eso, no debían preocupar a nadie más que a los mismos judíos.
Del mismo modo, ETA actúa sobre la base, absolutamente imprescindible, de una estrategia previa de construcción política del extraño (el no vasco), a la que ha seguido un proceso de producción social de la distancia (aislamiento de la víctima marcada), cuya consecuencia ha sido la generación de la indiferencia moral. El asesinato, cuando se ha consumado, no es más que el último eslabón de este proceso. Es por eso que la Euskadi del futuro debe ser la antítesis de la Euskadi del exterminio. Y cualquier atisbo de coincidencia, acuerdo, complicidad, colaboración o compatibilidad entre ambas es una indecencia que no podemos permitir.
Como recuerda John Berger: «La memoria entraña un acto de redención. Lo que se recuerda ha sido salvado de la nada. Lo que se olvida ha quedado abandonado». Pero, además, en este caso, haciendo memoria rompemos con un proyecto de exterminio. Nos negamos a producir esa distancia social que alimenta la indiferencia moral hacia la suerte de nuestros convecinos. Directores como Iñaki Arteta y Eterio Ortega, guionistas como Elías Querejeta, se han empeñado la tarea de combatir la invisibilidad paradójica de las víctimas de ETA. Cronistas de un exterminio nos recuerdan que somos sus vecinos, que no están más allá (ex terminus), sino aquí mismo.
Imanol Zubero es profesor de Sociología de la Universidad del País Vasco.
Imanol Zubero, EL PAÍS, 19/10/2004