Analizar el separatismo catalán precisa de bisturí afilado y no de una brocha gorda debido a su tremenda complejidad. También a la brutal intoxicación, seamos sinceros. El origen del movimiento en su más moderna historia nace de la necesidad de Convergencia y Unió, coalición de derechas, de crear una cortina de humo ante la erosión producida por los delitos de corrupción de sus dirigentes empezando por Pujol. Esa derecha de siempre realiza una huida hacia adelante y en su intento para disfrazar sus motivos reales, busca sumar a otros partidos presuntamente de “izquierda” para demostrar que el separatismo no es una mera excusa convergente. Transversalidad, lo definían. Artur Mas no dejó de insistir hasta que se creó Junts pel Sí con Esquerra como socio y las CUP haciéndoles los coros.
Tenemos aquí la primera contradicción: derechas burguesas de siempre aliadas con izquierdas que son, dicen, revolucionarias. Llega un momento en el que el proceso se les va de las manos a los convergentes y todo se precipita. Es cuando Puigdemont – Mas lo colocó igual que antes a Torra pensando que ponía a tontos y resultó que el último le salió bastante despabilado – va de cara a la proclamación de la independencia y para eso recurre al apoyo externo nada menos que de Putin y sus servicios de inteligencia. Putin siempre juega allí donde cree que puede debilitar a Occidente y ve a los separatistas catalanes como un instrumento útil para este fin. En paralelo, y tras su huida, Puigdemont refuerza sus vínculos con la extrema derecha europea. Recodemos que la Lega Nord ya había participado como partido en las manifestaciones de la Diada orquestadas en el más puro estilo totalitario con la presencia del mismo Matteo Salvini. Recordemos asimismo que el primer visitante que tiene Puigdemont al ser arrestado en Alemania es nada menos que uno de los fundadores del partido habitualmente calificado como de extrema derecha AfD, Alternativa por Alemania y que las relaciones del prófugo con la también extrema derecha flamenca en Bélgica son públicas y notorias.
Mas lo colocó igual que antes a Torra pensando que ponía a tontos y resultó que el último le salió bastante despabilado
Llegamos al momento presente. En puridad, el separatismo emanado de Junts y Esquerra mantiene relaciones a la vez con formaciones de extrema izquierda, anticapitalistas, comunistas, de extrema derecha radical y los servicios de inteligencia rusos. Es un cóctel intelectualmente impotable, pero perfectamente lógico si lo analizamos. Servidor ya lo describió hace meses en esta casa cuando les narraba los devaneos rusos del de Bruselas o la simpatía de Alternativa por Alemania hacia Puigdemont.
El separatismo no tiene escrúpulos y establece alianzas de conveniencia con quien sea, si considera que eso favorece a su objetivo final. De ahí lo que le dijo Borras a Sánchez cuando estos días pasados le recordó que, a pesar de lo que dijese el presidente sobre que la amnistía permitía gobernar con tranquilidad, los separatistas no estaban para que el gobierno de España, tuviese estabilidad, sino para independizarse. Lo mismo que Putin, que difícilmente puede imaginarse como partidario de conceder la independencia a alguno de los territorios rusos o a los partidos de extrema derecha antes citados que no tolerarían ni por un segundo las algaradas, el terrorismo, las calles ardiendo o los actos violentos de CDR y compañía.
La clave que resume todo el conjunto de amistades extrañas, contradictorias y peligrosas que mantienen los estelados se basa en eso. Cualquiera que me ayude a conseguir la independencia de Cataluña es bien recibido. Y del mundo árabe y sus terminales en mi tierra hablaremos otro día, que ahí también hay mucha tela que cortar.