ABC – 09/02/16 – IGNACIO CAMACHO
· Pedro Sánchez será presidente con Podemos o no lo será, por la sencilla razón de que no tiene otro modo de serlo.
No hay que darle más vueltas: Pedro Sánchez va a ser presidente del Gobierno si Pablo Iglesias quiere que lo sea. Todo lo demás, los 53 folios de propuestas, el coqueteo con Ciudadanos, las presiones empresariales sobre Rajoy, el tira y afloja de los barones del PSOE, son maneras de marear la perdiz, peloteo de los minutos basura en un juego que se resolverá en el último tramo. Paripés. El cálculo del líder socialista está trazado desde la misma noche del recuento de escaños y sólo estamos asistiendo a la escenificación, muy bien planteada, de un proceso cuyo final depende de que Iglesias ponga el pulgar hacia arriba o hacia abajo. Sánchez será presidente con Podemos o no lo será, por la sencilla razón de que no tiene otro modo de serlo.
El acuerdo depende de dos cosas: del reparto del poder y de las perspectivas que el partido morado perciba en una eventual repetición de las elecciones. La renta mínima, la fiscalidad de los autónomos, la política energética o la ambigua reforma constitucional son sólo letra pequeña, cláusulas adicionales de un contrato de alquiler de La Moncloa. Y la derogación de las leyes del PP se da por supuesta; eso no haría falta ni ponerlo por escrito. La cuestión decisiva consiste en que Iglesias se sienta satisfecho con su cuota de ministerios y en que no esté seguro de los beneficios de volver a las urnas.
Lo primero también se arreglará, llegado el caso, porque Sánchez no va a renunciar a su sueño por una cartera de más o de menos. Lo segundo es más delicado: Podemos tiene problemas de financiación, dudas sobre la lealtad de sus socios territoriales e incertidumbre sobre los resultados de otra vuelta electoral. El CIS le pronostica ventaja pero el encargo del Rey está otorgando al candidato del PSOE una notable prima de popularidad y protagonismo. Se la ha regalado Rajoy, por cierto.
Claro que el presidenciable socialista preferiría una alianza con C’s a la que el PP diese su visto bueno, liquidando a su líder de paso. Esa solución, sin duda más sensata que echarse en brazos de la extrema izquierda, aplacaría el recelo de los dirigentes regionales, encandilaría a la gran empresa y tranquilizaría a la UE. Sólo que no va a ocurrir porque Rajoy sabe, o cree, que reventaría a su partido y prefiere –a día de hoy, digamos por cautela– cohesionarlo en la oposición contra los radicales que en un limbo de colaboración pasiva con los moderados. Amén de que no se le puede pedir que participe en un programa de desmantelamiento de su propio mandato.
De modo que al final de esta brillante y solemne función en el papel de estadista, Pedro tendrá que verse cara a cara con Pablo en un encuentro a cartas destapadas. Uno postulará y el otro decidirá. Así es la cosa. Sánchez, tan descolocado últimamente en punto a aliño indumentario, tiene hasta final de mes para elegir si acude a la cita de su vida con o sin corbata.