Miquel Escudero-El Correo

El totalitarismo es la doctrina y la práctica que siguen regímenes políticos de distinto color para consolidar un partido único y someter las relaciones sociales bajo su absoluto control. La Segunda Guerra Mundial comenzó con la alianza de dos fuerzas totalitarias antagónicas y acabó con la derrota de solo una de ellas, la que agredió a la otra. En 1950, y a propósito de la guerra de Corea, el periodista Edward Hunter acuñó el término ‘lavado de cerebro’, proceso por el cual un preso del enemigo acaba asumiendo los puntos de vista de sus captores pasándose a su bando.

Hacia 1960, el psiquiatra Robert Jay Lifton planteó el concepto ‘totalismo’ como la presión constante para el control total del comportamiento, del pensamiento y de las emociones de los individuos, hasta socavar cualquier iniciativa de tomar sus propias decisiones. La reforma que persigue se basa en un alineamiento emocional de o todo o nada. Tiene varias fases: destruir las defensas y confundir la identidad (con susceptibilidad de culpa y vergüenza), adoctrinamiento y refuerzo de una nueva identidad. Control de la información y estímulo de fobias. Un espíritu sectario: «Entrar en una esfera de verdad, realidad, confianza y sinceridad» inimaginables, dijo Lifton.

En contraposición a esta pulsión antiliberal, dirigida al control mental y tratando al ser humano como a un animal de granja, el escritor Arthur Schnitzler anotó hace un siglo que no se sentía solidario con alguien por el solo hecho de pertenecer a la misma nación, clase o familia que él: «Tengo conciudadanos en cada nación, en cada clase social, tengo hermanos incluso que nada saben de mi existencia».