Editorial, EL MUNDO, 25/3/12
CUALQUIER observador distante que hubiera escuchado los discursos de Jordi Pujol y Artur Mas en el XVI Congreso de Convergència Democràtica que concluye hoy, podría haber llegado a la conclusión de que Cataluña está a punto de iniciar una guerra contra España.
Jordi Pujol llamó el pasado viernes a los catalanes a preparar una «batalla épica» contra el Estado, asegurando que su partido será «la tropa de choque» en esta confrontación». Pujol señaló que España está empujando a Cataluña hacia la independencia con «ataques» a su autogobierno. Ayer, Artur Mas habló de un pasado de «soldados derrotados» al servicio «de una patria invencible» y subrayó que «de haber unos EEUU de Europa, Cataluña sería Massachusetts».
Mas, cuyo informe de gestión contó con el apoyo del 99,9% de los delegados, fue elegido ayer presidente de Convergència. Jordi Pujol pasa a ser presidente de honor y su hijo, Oriol Pujol, será el nuevo secretario general, número dos y delfín del partido.
La promoción de Oriol Pujol, referencia del ala más radical de Convergència, es coherente con los tintes soberanistas que están caracterizando el discurso de Artur Mas en los últimos meses. Casi todas sus intervenciones públicas han incidido en la necesidad de avanzar hacia una Cataluña con un autogobierno similar al de un Estado independiente, superando el actual marco constitucional.
La paradoja de esta situación es que el principal aliado político de Artur Mas en Cataluña ha sido el PP, que le ha apoyado en los Presupuestos y con el que no quiere romper la baraja porque aspira a negociar en Madrid un pacto fiscal similar al concierto vasco.
Desde que gobierna, la estrategia de Artur Mas ha sido dar dos pasos adelante hacia sus objetivos soberanistas para luego dar un paso atrás cuando convenía. Este fin de semana, ante 1.800 delegados rendidos a su causa, está mostrando su cara más nacionalista. Pero ahora le toca negociar con el Gobierno de Rajoy la financiación de Cataluña y otras cuestiones en las que le interesa ofrecer un perfil mucho más moderado y negociador. No es muy coherente propugnar que Cataluña debe dotarse de las «estructuras de poder» de una nación y luego querer acogerse al aval del Estado para poder captar dinero en los mercados de capitales mediante los polémicos hispabonos.
Convergència siempre ha sido un partido posibilista, pero progresivamente se está deslizando hacia una inquietante deriva nacionalista, trufada de un discurso mezcla de agresividad y victimismo, que deja muy poco margen para negociar al Gobierno de la nación.
Editorial, EL MUNDO, 25/3/12