Olatz Barriuso-El Correo
La semana pasada, Bildu entró por primera vez en La Moncloa para recetar «diplomacia» en el convulso tablero geopolítico mundial, aunque no era, ni mucho menos, su bautismo de fuego en el arte de pisar moqueta con garbo en Madrid. La primera vez que los socialistas les recibieron en los despachos capitalinos, allá por 2019, el mal trago se adivinaba en sus rostros. Desde entonces, el PSOE y Pedro Sánchez no sólo han perfeccionado las sonrisas, sino que ya les salen naturales.
De qué otra manera puede entenderse si no el elogio de María Jesús Montero al distinguirles como el partido que mejor se ha «reconvertido» en democracia. No es baladí apuntar que la pregunta de Évole ni siquiera hacía referencia al proceso de blanqueamiento de un partido que no ha necesitado condenar el terrorismo para aspirar seriamente a ganar las elecciones en Euskadi, sino que aludía a su condición de socio ‘blando’, sobre todo si se les compara con el inefable Puigdemont.
Pero en el discurso vicepresidencial fluían los parabienes, encantada Montero de contar con un aliado tan leal y complaciente y de hacérselo saber al mundo, sin pararse a pensar, quizás, que loar a Bildu no es la mejor carta de presentación para competir en las urnas andaluzas. Lo relevante, en todo caso, es que Bildu no aspira a socio del año porque sí, sino porque esa supuesta contribución desinteresada al muro de contención contra «la derecha y la ultraderecha» les sale rentable en Euskadi para seguir comiendo terreno al PNV. Sin olvidar que Sánchez les recompensa de vez en cuando con jugosas contrapartidas que puedan exprimir en su pelea cuerpo a cuerpo con los jeltzales.
Todos contentos, claro que sí, salvo quizás los socialistas vascos, a los que les costará entender que en Madrid hayan pasado de la incomodidad manifiesta al ‘buenrollismo’ máximo, correspondido por la coalición soberanista, todo responsabilidad y prudencia, en las antípodas de la izquierda camisetera del ‘no a la guerra’. Sin embargo, las carantoñas que Sánchez y los suyos reparten equitativamente entre los socios resultan contraproducentes para el PSC y el PSE. Tan concentrados están en el PSOE en el más difícil todavía de su supervivencia política sin Presupuestos y sin mayorías estables que olvidan, por ejemplo, que Eneko Andueza gobierna en Euskadi con el PNV, una coalición que Bildu se empeña pacientemente en desgastar para consolidarse como alternativa de gobierno.
Darles gasolina política en ‘prime time’ también contradice el afán del PSE por negar, como algunos se malician, que se estén sentando las bases de un futuro Gobierno vasco de izquierdas, una posibilidad ya madura en Navarra. Andueza afea a Bildu no sólo la ausencia del recorrido ético que sí les reconoce Montero, sino incluso la distancia que separa al PSE de un modelo de gobernanza basado en la «imposición» y a años luz en cuestiones educativas, lingüísticas y culturales. Pero el afán de Moncloa por dar lustre a tan ejemplares conversos a la democracia les conduce no a la cola, a donde les solía enviar el alcalde Azkuna parafraseando a Irujo y Ajuriaguerra, sino a la mismísima cabeza del pelotón.