José Luis Zubizarreta-El Correo

  • La crisis que afecta a Europa en el orden mundial que está creándose exige un esfuerzo de mayor cohesión y federalización en materias estratégicas

Si Robert Schuman, ministro francés de Exteriores, pudiera ver hoy en qué ha devenido la Europa del Carbón y del Acero que, poco después de acabar la II Guerra Mundial, ideó para convertir en cooperación lo que había sido frontal confrontación, se sentiría asombrado y orgulloso. La actual Unión Europea, hija, nieta o ya bisnieta de aquella iniciativa, ha superado con creces sus expectativas. A sus casi setenta y cinco años, se ha fortalecido hasta sobrepasar los objetivos de carácter comercial con que nació y abrazar, a partir del pequeño grupo de Los Seis, los Veintisiete que hoy la integran con declarada vocación política. Pero no van de historia estas líneas. Sólo pretenden evocar aquellos mínimos orígenes para ganar, desde su recuerdo, la perspectiva idónea desde la que analizar la difícil situación en que aquel proyecto europeo se encuentra en estos momentos.

Nunca ha sido fácil el desarrollo de este complejo constructo económico-político. Pero los momentos de zozobra siempre se han superado con ambición, dando pasos adelante, en vez de contentarse con lo conseguido. Cada obstáculo han sido un reto superado. El Tratado de Roma en 1957, el Acta Única en 1987, Maastricht en 1993, Niza en 2003 y Lisboa en 2009 han sido hitos de este largo recorrido de éxito. No han faltado los tropiezos, por supuesto. El fracaso de la Constitución en 2005 y el Brexit de 2020 cuentan entre los más sonados. Pero nunca pusieron freno al proyecto. El goteo de incorporaciones y la lista de espera de nuevos ingresos son la mejor prueba. Por no mencionar los atrevidos pasos que recientemente se han dado hacia el fortalecimiento de la Unión frente a los traumas de la Covid y la guerra en Ucrania.

Nada ha impedido, con todo, que el proyecto se vea hoy sometido a lo que puede considerarse el más exigente test de estrés de su historia. Valgan unos datos para hacerse idea de la complejidad de la situación. En el exterior, el drástico cambio que está produciéndose en el orden internacional ha causado en la Unión desconcierto y perplejidad. Los viejos amigos desfallecen o mudan de intereses y valores, mientras se instala un confuso orden en el que sólo cabe moverse a tientas. El conflicto bélico es una variante a tener en cuenta. Dentro, dos peligros acechan la unidad y debilitan la fortaleza. De un lado, el consenso democrático de la posguerra, que había actuado de factor aglutinante, se agrieta, mientras cobran fuerza desacomplejadas autocracias que facilitan, cuando no alientan, la división. Las tuvimos ayer en casa. El europeísmo como sentimiento, como espíritu y aliento, se debilita y da así paso a nacionalismos egoístas que no son sino recreaciones de los que Robert Schuman se propuso desterrar. De otro lado, escasean los liderazgos capaces de superar desavenencias y marcar objetivos comunes. Ante tal vacío, y aprovechándose de la crisis económico-política que atraviesa el eje franco-alemán, columna vertebral del proyecto, las fuerzas disgregadoras arriba citadas, de difícil encaje en el espíritu original, creen poder ganarle la partida al funcionariado burocrático que se ha hecho cargo de la Comisión y ni sabe ni puede frenarlas, demostrándose incapaz de ponerse a la altura de las complejas circunstancias en que le ha tocado actuar.

Los objetivos que habría de proponerse alcanzar son más fáciles de definir que los medios para llevarlos a cabo. Me atrevería a sugerir los que me parecen más urgentes. Cohesión y federalización serían los términos más expresivos. La primera se ha quebrado y la segunda no ha sido nunca objetivo unánime de la Unión. La convicción democrática que forjó actitudes e inspiró acciones comunes ha cedido frente a una frívola concepción de la política que antepone eficacia a democracia y alterna a conveniencia la subordinación entre fines y medios. En tal sentido, la defensa de la norma democrática, del Estado de Derecho y de los derechos humanos debe volver a ser exigencia vinculante y excluyente para los miembros de la Unión. Y, frente a la falta de ambición política comunitaria, se precisa la creación de un núcleo duro de socios comprometidos que dé un paso adelante hacia una federalización en materias estratégicas que supere todos los nacionalismos egoístas y disgregadores. Quizá sea ya demasiado tarde para lograrlo, después de tanto tiempo perdido. Pero, si los obstáculos siempre los ha tomado la Unión por retos a superar, mucho más debería hacerlo ahora que la alternativa a la inacción es la irrelevancia.