Convivencia de manual

EL CORREO 09/07/13
FLORENCIO DOMÍNGUEZ

Desde hace muchos años en el País Vasco ha habido una permanente búsqueda de modelos exteriores para encontrar fórmulas de pacificación. Cuando el terrorismo de ETA estaba en su apogeo, partidos vascos, en particular los nacionalistas, han peregrinado de país en país, de conflicto en conflicto, buscando inspiración, ideas y hasta varitas mágicas para aplicar en casa. Han buscado la ayuda de mediadores, facilitadores y expertos de todo tipo. Sin embargo, el final de ETA se ha producido por agotamiento de la banda terrorista en su enfrentamiento con el Estado aunque, quizás, sería más exacto decir que ha sido por acogotamiento. Los etarras han tenido que dejarlo sin ajustarse a los cánones académicos de los modelos comparados de pacificación.
Parte del espíritu que había en la búsqueda de fórmulas foráneas de pacificación sobrevive estos días en los planes de convivencia del Gobierno vasco, en ese esfuerzo de planificar la futura convivencia civil en Euskadi. Da la impresión de que el Gobierno estudia cómo organizar la convivencia porque los manuales dicen al respecto que después de un conflicto hay que organizar la forma de vivir en paz. Es un esquema plenamente válido para el Ulster donde, además del conflicto terrorista, tenía un conflicto entre comunidades que llegaba hasta el punto de que en muchos sitios estaban separados por muros los barrios protestantes y los católicos. Esos muros todavía siguen en pie hoy en día y ponen de manifiesto la existencia de una división social que jamás ha existido en Euskadi.
En el País Vasco la sociedad está varios pasos por delante de sus instituciones en cuestión de convivencia. Una vez que ha cesado la agresión terrorista, la mayoría de la población ha decidido pasar página, para lo bueno y para lo malo. Es una queja frecuente entre los presos etarras el desinterés de la sociedad hacia su situación. Se quejan de que los más afines se movilizan una vez al año y pasan de ellos los demás días. El resto de la población, ni eso. Si se pusieran en la piel de sus víctimas percibirían un desinterés similar o quizás mayor por parte de gran parte de los ciudadanos, volcados en otras preocupaciones y poco deseosos de revivir la dureza del pasado reciente.
La convivencia democrática consiste en cohabitar respetando a las personas y respetando las normas, cosa que no hacían ni ETA ni sus seguidores. Esa convivencia se ha regularizado desde el momento en que quienes infringían las leyes practicando el terrorismo o apoyando la violencia han paralizado sus actividades. Hay convivencia pero no afectos porque hay demasiadas tragedias detrás como para aparentar que no ha pasado nada. Los afectos, además, pertenecen a la esfera privada y no pueden ser objeto de planificación gubernamental.