En las próximas semanas los cargos del PNV explicarán a las bases el contenido del plan. Pero, si ahora, al final del proceso, los afiliados empezarán a enterarse, ¿quién y por qué ha puesto en marcha todo este asunto? ¿A quién le apretaban tanto las costuras del Estatuto? Respuesta obvia: a una ‘nomenklatura’ crecida al calor de ese mismo Estatuto. Eso sí: todo para el pueblo.
Siempre tuve el pálpito de que la continua referencia del nacionalismo vasco al proceso catalán de reforma del Estatuto (‘Si lo que los vascos buscamos es lo mismo que los catalanes, por qué a ellos sí se les acepta y a nosotros no’) no era más que una ventolera. Difícilmente navegaremos vascos y catalanes en el mismo barco, difícilmente avanzaremos en la misma dirección, si los vientos que empujan nuestras velas son tan distintos: allí el más sosegado mistral; aquí la áspera galerna. Nos lo recordaba el pasado domingo el diputado del PNV Aitor Esteban en su réplica al manifiesto fundacional de la iniciativa ciudadana Aldaketa-Cambio por Euskadi. Me permitirán que en otra ocasión entre en el fondo de sus argumentos, pues debo confesarles que me ha enganchado la sugerente analogía meteorológica a partir de la cual el diputado nacionalista empieza y termina su reflexión. Sólo me referiré a uno de esos argumentos, sin duda el de menos fondo, el más superficial, con el fin de despejar el horizonte de bobaditas y reservar para otro momento las cuestiones de mayor enjundia.
Me refiero a la acusación que nos dirige Esteban de tomar por tontos a los ciudadanos vascos que hasta ahora han dado al PNV la mayoría relativa con sus votos. En efecto, los tiempos del despotismo ilustrado ya han pasado, aunque no siempre parecen ser conscientes de ello los partidos que nos gobiernan. ¿Cómo interpretar, si no, la ocurrencia de explicar a estas alturas el plan Ibarretxe «batzoki a batzoki»? Según podíamos leer en este mismo diario el pasado 22 de noviembre, la dirección del PNV ha encomendado a parlamentarios, diputados como el señor Esteban y cargos del partido la tarea de explicar el plan a sus afiliados antes de la convocatoria del pleno de la Cámara vasca en el que se debatirá y votará el citado plan. Así, en las próximas semanas cada batzoki será (ya era hora) un aula de formación (catequética) en la que los cargos del partido (los que saben) explicarán a las bases (los que no saben) el contenido y las bondades del plan, cómo se está desarrollando su debate en el Parlamento y cuál es la postura que al respecto está manteniendo el PNV.
Pero, si es justo ahora, al final del proceso, cuando los afiliados empezarán a medio enterarse, ¿quién y por qué ha puesto en marcha todo este asunto? ¿A quién le apretaban tanto las costuras del Estatuto de Gernika? La respuesta parece obvia: a una ‘nomenklatura’ crecida, por cierto, al calor de ese mismo Estatuto. Eso sí: todo para el pueblo. Por otro lado, ¿cómo interpretar las declaraciones de Imaz asegurando que los socialistas suponen un «auténtico riesgo para el autogobierno y el bienestar futuro» de la sociedad vasca? ¿Es que acaso las personas que votan al PSE son, además de tontas, masoquistas?
Así pues acordemos, todas y todos, que en efecto el votante es soberano, que es el votante quien quita y pone. Pero aceptemos que el espacio político no funciona como un teórico mercado perfecto, donde todos y cada uno de los agentes que en el mismo concurren cuentan con toda la información necesaria y persiguen preferencias claramente definidas. Es legítimo, pues, aspirar a influir sin malas artes sobre el cuerpo electoral vasco. Otra cosa será que esta aspiración tenga o no éxito. En todo caso, bueno sería que recordemos todos, pero especialmente quienes se han acostumbrado a ganar siempre, aquella advertencia con la que en la antigua Roma se recibía a los generales que volvían victoriosos de sus campañas militares: ‘Sic transit gloria mundi’.
Pero volvamos a los vientos y a los misterios de la meteorología. El mistral, ese viento mediterráneo entre el poniente y la tramontana, viento templado, vigoroso pero no arisco, es el que en la analogía de Esteban soplaba en Cataluña cuando el PSC, con la inestimable aportación de la plataforma ‘Ciudadanos por el cambio’, aupó a Maragall hasta la presidencia de la Generalitat. Considera el diputado peneuvista que Aldaketa no es otra cosa que un remedo de aquella experiencia catalana y que, por serlo, está irremediablemente condenada al naufragio por ignorar que en Euskadi soplan vientos bastante más broncos, cantábricas galernas que acostumbran a llevarse por delante a aquellos navegantes que no conocen suficientemente estas aguas bravías. He de reconocer que soy hombre de montaña y que mis habilidades marinas se reducen al chapoteo familiar en la costa, por lo que no sabría discutirle a Esteban su ventolerosa analogía. Pero antes de hacer leña del pecio varado me permitirán que, sin abandonar el terreno de la meteorología, les comente brevemente cómo veo yo las cosas.
En los últimos años Euskadi está experimentando un catastrófico proceso de cambio en su clima político. Dividido en espacios fríos y calientes, el clima político vasco nunca ha dejado de experimentar turbulencias desconocidas en otras latitudes. El espacio caliente del nacionalismo, con sus referencias identitarias y sus aspiraciones constituyentes, no ha dejado de chocar con el espacio frío del Estado constitucional. Sin embargo, el PNV ha funcionado como termostato regulador de la tentación del resto del nacionalismo de aumentar la temperatura hasta convertir el país en un achicharradero. Y sobre todo el Estatuto de Gernika ha sido el transporte público que nos ha permitido viajar juntos, dejando nuestros vehículos particulares en el garaje, reduciendo así el nivel de emisión de gases de efecto invernadero. De esta manera durante una veintena de años el ambiente político se ha mantenido, a pesar de todo, razonablemente tibio.
Pero ahora el Gobierno Ibarretxe ha decidido despreciar el transporte público y adquirir un vehículo privado, su plan, con el dinero de todos. Teniendo en cuenta que hasta ahora no ha hecho otra cosa que rodarlo, a nadie se le escapa su enorme capacidad contaminante: aún no se ha votado, pero la temperatura política no ha dejado de aumentar y el aire se ha vuelto irrespirable. Hace dos años, quien fue elegido para conducir el transporte público que hasta hoy nos ha permitido viajar juntos a la inmensa mayoría de los vascos decidió bajarse en marcha (sin renunciar, eso sí, al uniforme de conductor) y el Estatuto de Gernika pareció condenado a quedarse parado en la cuneta de la historia. Como cabía esperar, cada grupo político se aprestó en aquellos momentos a poner en circulación sus respectivos vehículos particulares y a competir entre sí a fuerza de acelerones, adelantamientos, trompos y ocasionales desbordamientos del código de circulación. ¿La consecuencia? El clima político vasco se ha recalentado cada vez más. Si esto sigue así ya saben lo que puede que venga después, pues les supongo informados del llamado ‘efecto invernadero’, ya sea por los expertos en climatología o por haber visto la espectacular película ‘El día de mañana’: un enfriamiento generalizado que helará los canales y, lo que es peor, hasta las ganas mismas de comunicación política entre las y los vascos.
Aldaketa no pretende otra cosa que contribuir a templar Euskadi. Nosotros sí nos hemos tomado en serio aquel Protocolo de Kioto político que fue el pacto estatutario. En aquel momento renunciamos para siempre a nuestros contaminantes vehículos particulares y desde entonces hemos viajado en el transporte público del Estatuto. Queremos que la mayoría de nuestros conciudadanos tome la misma decisión. Y no queremos ser catastrofistas, pero pensamos que si fallamos en el intento de reconstruir aquel pacto no serán mistrales ni galernas los vientos que deberán preocuparnos, sino huracanes y tifones ante los que hasta los más curtidos lobos de mar saben que lo mejor que se puede hacer es buscar una ensenada tranquila y recalar a la espera de que el tiempo amaine. Y que cuando un capitán se empecina en navegar hacia el ojo del huracán, la tripulación debe, siguiendo escrupulosamente las normas, intentar tomar el mando.
Imanol Zubero es profesor en la Universidad del País Vasco y promotor de Aldaketa.
Imanol Zubero, EL CORREO, 1/12/2004