Ignacio Camacho-ABC
- Los enanos han comenzado a crecer en el circo de Pedro y ya no hay manera de que le salga bien un nombramiento
Con más de cincuenta miembros, la ejecutiva del PSOE parece un remedo del Presidium soviético. Dispuestos en tres largas filas detrás del secretario general, sus componentes siguieron el discurso del líder ante el Comité Federal moviendo la cabeza en señal de asenso. Los huecos de Cerdán y sus próximos estaban ya cubiertos, incluido el de Paco Salazar, caído en el último momento por un imprevisto ‘me too’ que lo ha desalojado también de su empleo en Presidencia del Gobierno. Era el elegido para llevar la verdadera manija de la organización, el nuevo jefe de los fontaneros, pero los enanos han comenzado a crecer en el circo de Pedro y ya no hay manera de que salga bien un nombramiento. En su lugar ha entrado como vocal Antonio Hernando, un hombre próximo a Pepe Blanco, exdirectivo de su influyente consultora Acento, cuyo desembarco orgánico se interpreta en el partido como otro ejemplo del peso áulico de Zapatero en este sanchismo en aprietos.
Aparte de ese contratiempo y de la descontada disidencia de Page, a quien llamaron «facha» en la calle, la reunión del teórico órgano rector socialista brilló por la ausencia de novedades. El retoque fulanista de la dirección se había anunciado el día antes y no cabían dudas de la voluntad de resistencia de Sánchez. La prensa había amanecido con la denuncia de un pucherazo de dimensiones notables en las primarias andaluzas que se llevaron a Susana Díaz por delante, pero la nomenclatura del partido no tiene el cuerpo para fijarse en detalles, y en el peor de los casos se trata de otra irregularidad fácilmente achacable al depuesto clan de los ‘ábalos’ y los ‘cerdanes’. Pleitos familiares. Preocupa más el motín feminista por sus previsibles consecuencias electorales, aunque todo el mundo ha preferido ignorar la posibilidad de que el cuarto pasajero del Peugeot fundacional conociese la vertiente prostibularia de sus acompañantes en aquel largo viaje.
Si el presidente dice que tiene el «corazón tocado» ninguno de los suyos va a cuestionarlo, o por lo menos a decirlo en alto. Lo único que les importaba era la determinación de seguir al mando, y una vez que ese aspecto quedó claro todo lo demás resultaba secundario; nadie iba a preguntarse por la sinceridad de un jefe que se confiesa dolorido y engañado, ni tampoco a pedir explicaciones de lo sucedido en su ámbito de confianza durante más de siete años. Total, quién no ha sufrido alguna vez, de Jesucristo para abajo, la traición de un amigo o colaborador cercano. Es verdad que en otras ocasiones se ha notado más entusiasmo, más efusividad de ánimo, más convicción auténtica o fingida en el rumbo que marca el liderazgo. Pero las circunstancias sólo dan para ir tirando con los deditos cruzados por si acaso. Y la prioridad es mantener a flote el barco amenazado de naufragio. Aunque sea perceptible que el crédito del capitán ya no está intacto.