LUIS VENTOSO – ABC – 05/11/16
· Ellos sí quieren deberes y reválidas, y así les va.
En España es moda flipar con el terruño autonómico, abstraerse en el propio ombligo y mitificarlo. Pero el mundo no funciona así. La globalización nos ha entrelazado como nunca antes. Las empresas, ciudades y alumnos españoles compiten en una liga universal, dura y sin pamplinas, donde tienes que acreditar tu valía.
¿Han ido alguna vez a clase con un coreano? Una amiga mía, mi mujer, para más señas, estudió inglés durante un año con gente de todo el planeta. Había italianos y españoles, afables y bullangueros. Había un árabe (un día la teacher les preguntó en un ejercicio qué harían si fuesen millonarios y el tío respondió con la verdad: «Es que yo ya lo soy»). Había rusos, listos y dispersos. Había de todo… y luego estaban ellos: ¡los coreanos! Se entregaban con concentración extrema, se traían la lección machacada de casa, todo lo que no fuese un diez los sumía en un rictus compungido. Arrasaban, y más teniendo en cuenta que partían con la desventaja de tener que aprender un nuevo alfabeto.
Tras ser una colonia pisoteada por Japón desde 1905, en 1948 se fundaron los estados independientes de Corea del Sur y la República Democrática de Corea del Norte. Eran los mismos coreanos arriba y abajo, separados por una raya arbitraria, una frontera del Telón de Acero. Pero a la vuelta de cincuenta años, los del Sur habían convertido un territorio semianalfabeto en una potencia industrial, con firmas globales como Samsung, Hyundai y LG. Los de arriba, abrazados al estimulante comunismo, lograron hambre y dictadura. Y ahí siguen, sometidos a un sátrapa mitad bufo mitad genocida.
¿Cuál fue el secreto del milagro coreano? La educación, concebida como una obligación patriótica para el avance del país. Cada semana, los alumnos surcoreanos estudian 16 horas más que la media de la OCDE. Las jornadas son de seis horas de clase y luego cuatro o cinco más en academias de refuerzo. Todas las familias ahorran para pagar pasantías. Las plazas de magisterio se reservan a los mejores currículos. Los maestros son venerados. «Al profesor no se le pisa ni la sombra», reza un aforismo. La exigencia llega al exceso, es cierto. Son los mejores en los informes PISA, pero también ostentan un lacerante récord mundial de suicidios de escolares. Sin embargo, resulta innegable que han levantado su país hincando los codos.
Entre amargar la vida de los estudiantes como en Corea o hacer huelgas contra los deberes y las reválidas como en España debe haber un término medio. Los niños españoles serán adultos que se jugarán su futuro con esos coreanos que se desloman. Dado que son tan inteligentes como nosotros y encima trabajan el doble, ¿a quién le ira mejor? Es evidente.
España, donde acaba de morir una niña de 12 años en un botellón, se revuelve airada contra los deberes y ha logrado tumbar unos necesarios exámenes de nivel, tachados de «reválidas franquistas». Pero ese mismo país asiste indiferente al hecho asombroso de que menores de edad se ponen ciegos cada viernes y sábado en sus plazas públicas (impidiendo dormir a los vecinos y dejando toneladas de mierda que no recogen). La cultura del esfuerzo está mal vista en Botellolandia. El futuro emitirá su veredicto.
LUIS VENTOSO – ABC – 05/11/16