MANUEL MONTERO-El Correo

La torpeza del PP y de Rajoy fue no atar al PNV en caso de moción de censura, habida cuenta del dinero que soltaba y de los pelos que se dejaba en la gatera al pactar los Presupuestos

Hay tres jueves en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión», decía el dicho. Y el destino ha querido que el jueves 31 de mayo de 2018, Corpus Christi, sea la jornada de pasión de Mariano Rajoy, del Partido Popular y de la que ha dado en llamarse la política tradicional. Para los peperos, protagonistas a su pesar, la jornada no ha sido reluciente ni luminosa. Nada que ver con aquellos años de la secretaria general del partido con mantilla en la procesión de Toledo: qué tiempos, tan cerca y tan lejos. Por vez primera en una década y pico no sabemos qué pasará mañana. Sí que seguramente la tarde del Corpus será la última con Mariano de presidente de Gobierno. La única certeza, y ya es. De no haber gato encerrado, que no se ve.

Ideologías y simpatías/antipatías al margen, hay una razón que explica este final abrupto. Si a un político profesional, con años de experiencia –desde el siglo pasado en el machito–, le pilla a contrapié una moción de censura sin haber reaccionado antes es que ha perdido capacidad de prever, lo que constituye un baldón de imposible enmienda.

De forma que el día llegó cargado. A lo mejor Mariano, hincha confeso, mira y admira hoy a Zidane. Con envidia. Esa sí que ha sido capacidad de anticipación: irse cuando estás en la cresta de la ola, que te recuerden luego, que nadie te grite nunca «Zinedine, vete ya», «váyase, señor Zidane», además de librarte de Cristiano Ronaldo y su ego. Qué alivio sentirá el ‘ex’. En estos contrastes se ve la mediocridad del político, que se queda a verlas venir. La tarde del Corpus agónico, la política y el periodismo especulan si se irá antes de que lo echen, esperará a que lo echen para irse o hay otro conejo debajo de la chistera: pero los conejos se acaban, no puedes pasarte la vida jugando a la ruleta. «Es el momento y lo mejor para todos», dijo el dimisionario. Zidane, no Mariano. Ningún político patrio ha pensado nunca que su marcha sea lo mejor para todos. Ni que le haya llegado «el momento». Se van, pero por la fuerza de los hechos.

Los acontecimientos que han preludiado la caída vienen a ser como una mantis religiosa en época de celo, misterios dolorosos en estado puro. Va aquella y le descubren un máster apócrifo y dos cremas de Eroski. Que con tales mimbres –tampoco Al Capone en un rapto de paroxismo cleptómano– se montase la de Dios es Cristo señalaba ya la debilidad política del partido del Gobierno. Siguió lo de Zaplana y sólo sorprendió que le acabasen pillando, pues estaba idealizado como escapista. Así las cosas, el PP ‘rajoyano’ realizó su última gesta: pactar los Presupuestos con el PNV, que ha demostrado una habilidad sin cuento –Antón Pirulero, cada cual que atienda a su juego–. La torpeza pepera, habida cuenta del pastón que soltaba y los pelos que se dejaba en la gatera, fue no atarle en caso de moción de censura. ¿No se les habría ocurrido la eventualidad? Mariano es del 55, un gran año pensamos los concernidos, pero quizás ya sin reflejos.

Para decirlo todo, la sentencia de Gürtel tiene dos versiones: la sentencia propiamente dicha, que es durísima, y la interpretación pública, que es peor. Es la que políticamente cuenta, e imagina (erróneamente) que el PP ha sido condenado con armas y bagajes, no sólo a título lucrativo. Que se haya impuesto en la opinión la lectura más atroz, sin que el partido del Gobierno haya tenido capacidad de contrarrestarla, constituye otro indicio de decrepitud política: el tiempo estaba llegando a su fin.

Y en eso cayó el meteorito y se extinguieron los dinosaurios. O no cayó, pero lo mismo da. Corpus de tinieblas.

¿El poder cambia de manos? Lo extraño de esta historia es que el relato del final de Mariano y compañía tiene su lógica interna, cabe establecer de forma diáfana las relaciones causa-efecto. La dificultad interpretativa salta al contar la emergencia de la alternativa, una moción de censura a la brava, sin pactos previos ni conversaciones que se sepan, incluyendo la torpeza de que la suscribiesen todos los diputados del PSOE cuando les bastaba la firma de sólo 35. Cada diputado sólo puede firmar una moción de censura por legislatura, por lo que se quedaba (¡y se queda!) sin la posibilidad de otra.

Y persiste el problema con el que arrancó este periodo, cuando Sánchez parecía dispuesto a hacer lo que fuese con tal de llegar a La Moncloa. ¿Puede gobernarse con sólo 85 diputados? ¿Cabe hacerlo de forma razonable teniendo en contra al Senado? Haya acuerdos o no, la imagen pública será la de un acuerdo tácito con podemitas e independentistas, Puigdemont y EH Bildu en el mismo paquete. Liderar un Frente Popular implícito exige unas habilidades pactistas y capacidad de liderazgo que Sánchez no ha demostrado ni siquiera en su propio partido, donde han andado a la greña desde su advenimiento.

Los segundos-basura del PP han durado unos cuantos años, pero seguramente su final abrirá un periodo de inestabilidad, sobre todo cuando el recién llegado y sus 85 se empeñen en demostrarse a toda costa distintos y originales. O frentistas cumplidores. Y, si no hay elecciones, les amenazará en todo momento la espada de Damocles en forma de sentencia por los EREs andaluces, que también llegará. Sentado el precedente… A veces la mantis religiosa se come al macho después de aparearse. Primero lo decapita.