Teodoro León Gross-ABC

  • El éxito del sanchismo se ha logrado envenenando a la sociedad con el plomo de la polarización

La Navidad siempre ha tenido, siquiera como convención sentimental, algo de tregua; cuya imagen más insuperable quizá sea la Nochebuena de 1914 en los campos de sangre de Ypres donde las tropas enemigas jugaron al fútbol y cantaron juntos ‘Noche de paz’, compartiendo tabaco y risas antes de volver al campo de batalla a matarse descarnadamente en la Gran Guerra. La escena define, como tantas veces, más un buen deseo que la realidad. Pero la Navidad está hecha de buenos deseos. Por eso resulta particularmente zarrapastrosa la exhibición de sectarismo de la izquierda en el Parlamento andaluz, donde se han negado a cantar un villancico con la derecha. No es más que una vieja tradición promovida por los trabajadores del viejo Hospital de las Cinco Llagas, pero así está esto: lo que los soldados británicos y alemanes sí pudieron hacer bajo el gélido invierno de la Primera Guerra Mundial aquí no lo pueden hacer unos diputados socialistas y sus socios con los rivales políticos. Claro que es una anécdota, pero en su insignificancia está a la vez su valor simbólico: negarse a cantar juntos es el mensaje. Es un «con el otro, nada». El éxito del sanchismo se ha logrado envenenando a la sociedad con el plomo de la polarización, desde una lógica populista sin concesiones. El imaginario del enemigo es lo que les da sentido. Y de esos polvos, este fango.

Estos días se debería estar dando sitio a algo consustancial también con la Navidad: la empatía con el sufrimiento de quienes no pueden celebrarla. Y hay mucho donde poner el foco en esta España de 2024, que aparece a la cola en los indicadores sociales de la Unión Europea, con niveles de exclusión sólo comparables en Grecia y Letonia, ya ni siquiera Bulgaria. El Gobierno parece encantadísimo con el PIB y un titular de ‘The Economist’, obviando que uno de cada tres niños está en riesgo de pobreza, algo que Bruselas considera «situación crítica». Pero no parece que en Moncloa esto les quite demasiado el sueño, y tampoco los datos educativos o la pobreza energética, y ni siquiera el desempleo juvenil de una generación sin acceso a la vivienda. Todo esto debería ocupar espacio en los medios, pero continúan invadidos por la corrupción de un Gobierno que tiene al número dos del asalto al poder del sanchismo bajo la sombra de escándalos masivos, al fiscal general bajo sospecha, a familiares del presidente investigados por escándalo… No es extraño el éxito de la imagen salida del laboratorio de ideas del Partido Popular para la última sesión de control: dos corruptos sentados en la cena de Navidad de Moncloa, al menos dos. Toda una metáfora de la degradación palaciega alejada de la realidad, muy lejos del espíritu de la Navidad, ese mensaje cuya potencia entendió bien la Iglesia, reciclando las fechas del solsticio de invierno aunque Jesús probablemente había nacido en primavera a tenor de los detalles de los Testamentos, y que también las sociedades laicas supieron reinterpretar.