TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 28/01/17
· En el ránking de corrupción, España es un mal país europeo pero al menos es un buen país africano. Algo es algo. Así se deduce del último informe de Transparencia Internacional. España está más cerca de Botsuana, que la supera en puntuación, Namibia o Sudáfrica, que de los países centroeuropeos o nórdicos. El Mediterráneo es, como los pueblos eslavos, un ecosistema degradado.
Claro que este informe no mide la corrupción sino la percepción de la corrupción. No se trata de un cómputo de casos reales. De hecho hay estudios –como Corrupción pública y calidad democrática, Círculo de Economía, 2015, con Lapuente, Costas, Orriols…– que cuestionan esas diferencias. En el CIS, el 36% identifica la corrupción como problema, pero menos de un tercio de ellos como afectado. En España, según el ensayo del Círculo, sólo un 2% reconoce haber pagado por un servicio público, a nivel de nórdico, por debajo de la media europea (4%). A esa coartada se aferra la clase política.
En la percepción, claro, hay factores psicosociológicos, y la crisis ha resultado determinante. El malestar envenena todo. En los años salvajes de corrupción del primer lustro del siglo XXI, con la burbuja en auge y el paro bajo el 10%, todo parecía de color de rosa también en este ránking. Sencillamente España iba bien; y nadie veía nada. Después el malestar alfombró el 15-M y el auge de Podemos, con la retórica de la casta, entre la demagogia y la realidad de regalías como las dietas abusivas. De hecho hay muchos perdedores de la crisis, víctimas masivas como los jóvenes, según acaba de mostrar un desolador informe del Banco de España. También Oxfam ha retratado el país donde más ha crecido la desigualdad, con el hundimiento de los salarios más bajos. Es difícil persuadir a ese público con un voluntarismo biempensante.
Por demás, tampoco hay que despreciar el efecto corrosivo del titular de cada día. Ayer, en este periódico, el PP de Valencia pagando la defensa de Gürtel con dinero público. O el cese de la presidenta del Parlament balear. O la Audiencia de Málaga que ordena mantener la investigación del caso Ático. O el retorno de Gómez de la Serna a Interior. O el abandono del juez de Púnica. Ese goteo, percutido en las redes sociales, resulta extenuante.
Y en todo caso la percepción de la corrupción va más allá de las sensaciones. En definitiva, ésta no se reduce a las mordidas a cambio de un servicio. La mala gestión de los recursos públicos, el tráfico de influencias, el abuso de la publicidad institucional, la opacidad de los partidos pocos democráticos… todo contribuye a deteriorar la confianza. Y hay un factor diferencial clave en España respecto a otros países europeos de referencia: la existencia de excesivos cargos a dedo del partido, algo que puede conformar redes clientelares pero además, va de suyo, es un espectáculo desmoralizador.
Y todavía algo más. Una mala administración abona el clima de corrupción, y no sólo moral. No se trata ya de esa mala administración que convierte emprender aquí, como retrata el Doing Bussinness 2017 del Banco Mundial, en un laberinto hostil, con cuatro veces más trámites que en Dinamarca o UK; sino el entramado de leyes, normas, departamentos que aboca a depender de arbitrariedades. Es el principio de Corruptissima re publica plurimae leges, formulado por Tácito en sus Anales.
En España hay corrupción, sí, de hecho gran corrupción. La clase política puede sostener, como el adúltero, que no es lo que parece. Pero la imagen no engaña: es lo que parece.
TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 28/01/17