EL MUNDO – 19/05/16 – CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO
· Hemos conocido esta semana la confesión de David Marjaliza al juez Eloy Velasco en la que el promotor dibuja con todo detalle la mancha de una corrupción que se fue extendiendo por ciudades y pueblos de Madrid con la aquiescencia de líderes políticos, constructores, ediles, etc. Ayer, Quico Alsedo y Pablo Herraiz desvelaban en este periódico la implicación del comisario Arias Cañete en el caso Acuamed.
Todo esto ocurre a cinco semanas de las elecciones generales y nada parece indicar que estos escándalos vayan a tener una influencia decisiva en el resultado electoral. Me atrevo a pronosticar que las próximas encuestas confirmarán la tendencia a la polarización que apuntan los últimos sondeos y que favorece tanto al PP como a Podemos.
¿Qué ocurre? ¿Es que los ciudadanos no son sensibles a los casos de corrupción? ¿Es que acaso ya no les importa cómo se dilapidan sus impuestos?
No creo que esa sea la cuestión. En la última encuesta del CIS, la corrupción era considerada como el segundo problema, después del paro, para el 47,5% de los españoles. La preocupación por la corrupción ha subido ocho puntos respecto al estudio anterior, realizado en enero de este año.
La razón por la que la corrupción no va a tener un coste excesivo para el partido del Gobierno es que la opinión mayoritaria entre los ciudadanos es que todos los políticos se comportan de forma parecida. A la trama Púnica se le puede contraponer el caso de los ERE en Andalucía, por sólo mencionar dos de los más sonados.
¿Qué ocurre con los nuevos partidos? Tanto Podemos como Ciudadanos, representantes de la nueva política, irrumpieron de forma arrolladora en las elecciones del 20 de diciembre como una alternativa al bipartidismo, al que muchos votantes achacan el origen de la corrupción.
Las circunstancias son distintas. Podemos se ha visto afectado por el caso Monedero y por informaciones que revelan su financiación por parte del chavismo venezolano. Los votantes de derecha o centroderecha consideran que Pablo Iglesias no tiene las manos limpias, pero los que votan a Podemos le perdonan a su partido ciertos pecadillos que, según argumentan sus militantes en la redes sociales, no son nada en relación a lo que han robado los partidos de la casta.
La defensa de Chávez y Maduro (concretada recientemente en la no petición de libertad de los presos políticos venezolanos en el Congreso de los Diputados o en el abucheo al padre de Leopoldo López) supone para el populismo una prueba de resistencia ideológica frente al imperialismo más que un motivo para avergonzarse.
Ciudadanos es el partido menos salpicado por los escándalos (aunque también ha sido afectado por casos de financiación irregular), pero no recibirá una gran cosecha de votos por la corrupción de sus competidores porque es el que tiene menos historia como partido nacional. Algunos votantes dicen: «Ya veremos cuando lleven más tiempo y tengan más poder».
No hay, por tanto, un solo partido que pueda considerarse como el principal beneficiario de la corrupción porque la sombra de la sospecha les alcanza a todos.
Es más, los aparatos suelen responder con contundencia ante aquellos que, desde sus filas, critican abiertamente los comportamientos poco ejemplares de sus compañeros. Ocurrió en el PP cuando algunos delfines afearon las declaraciones de Rita Barberá el mismo día en que Rajoy dijo que a él le parecían suficientemente esclarecedoras. Tanto desde Moncloa como desde la dirección de Génova se les hizo saber a los críticos que «no se podía establecer una división entre buenos y malos» dentro del partido y menos aún si ello implicaba dejar mal al jefe. Toda una declaración de principios.
La conclusión es clara. Al final, en la jornada del 26-J la mayoría votará en clave negativa (contra el PP o contra Podemos), más que en clave positiva. Y ese es uno de los grandes males de nuestra democracia.
EL MUNDO – 19/05/16 – CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO