- La pandemia sirvió para que, aprovechando el pánico, se forraran una ristra de sujetos del entorno, incluso familiar, de Sánchez
Tienen gracia esos que justo ahora empiezan a sospechar lejanamente, a atisbar la sombra de la hipótesis de la remota posibilidad de que en realidad, quizá, de algún modo, la pandemia sirvió para que, aprovechando el pánico, se forraran una ristra de sujetos del entorno, incluso familiar, de Sánchez. Yo es que me parto. Como casi todo a mi edad, ya lo he vivido antes. Dos veces. La primera en el año noventa y seis, con Felipe abatido, cuando algunos ex colegas me reconocieron que a lo mejor tuve algo de razón cuando diez años atrás había sabido, comprobado, comprendido y denunciado un montón de basura socialista. Directores de medios de la época, muy reputados, que no nombraré porque ya no están entre nosotros, declinaron publicar un reportaje lleno de pruebas, fechas y nombres propios. En una de las negativas, el director del semanario (antes los semanarios políticos eran cosa muy demandada y prestigiosa, el tiempo pasaba más despacio) se aseguró de que el secretario general del PSC se enterara de quién era su fuente. El secretario general del PSC siguió durmiendo, su infinita pereza le inutilizaba las zarpas.
La segunda vez llegó cuando, con unos veinte años de retraso, ciertas personas que tampoco citaré (en esta ocasión porque las aprecio, o las aprecié) descubrieron por fin que el PSC era un partido nacionalista. Hasta que no llegó Pasqual Maragall a la presidencia de la Generalidad no lo vieron. Sí, por inconcebible que parezca, algunas firmas y personalidades catalanas tenidas por las más agudas del periodismo y la creación nacionales esperaban regeneración del PSC en 2004. A juzgar por las críticas concretas lanzadas desde el suelo del camino de Damasco, creían que Pasqual Maragall iba a acabar con la inmersión lingüística; creían que Pasqual Maragall iba a limpiar los medios de la Generalidad, pozo séptico; creían que Pasqual Maragall nos traería a Cataluña el respeto a España y a la Constitución. Insisto en su buena fe, pero no puedo callar, por respeto a la verdad, lo romos que eran aquellos agudos. ¿Ignoraban la estrecha amistad y decisiva influencia que sobre Maragall tuvo el viejo socialista, separatista, filósofo a la violeta y loco de atar Xavier Rubert de Ventós, el hombre que trastornó al president? ¿Echaron al olvido cómo Maragall había dejado plantados a los ingenuos amigos que le acababan de conceder un premio básicamente antinacionalista, iracundo ante las críticas que se habían vertido contra Jordi Pujol?
Bien, ahora va a pasar lo mismo. Si la primera vez me indigné y la segunda me entristecí, lo que voy a hacer ahora es reírme. Reírme sin amargura en esta tercera muestra de prodigiosa grosería analítica de los engolados, en su nuevo descubrimiento de la sopa de ajo. Encima nos vendrán con pretensiones de reconocimiento. Preveo la próxima publicación de las crónicas de Alejandro Entrambasaguas, y de innumerables columnas de opinión de El Debate, bajo otras firmas, como novedades. ¿Recuerdan ustedes el relato de Borges Pierre Menard, autor del Quijote?