IÑAKI EZKERRA, ABC 25/01/13
· Hay una crítica de la corrupción que es tan corrupta como el mal que señala.
En medio de todo el incendio de incriminaciones y recriminaciones, sospechas y ataques directos que ha desatado el caso Bárcenas, me han parecido muy atinadas unas palabras que Luisa Fernanda Rudi pronunció en los desayunos autonómicos de ABC, y que iban más lejos de la urgente defensa frente a esa causa general que se ha abierto contra su partido: «Quien promueve causas generales y anima a hacer descalificaciones universales no combate la corrupción, sino que suma corrupción a corrupción». A algo muy parecido a esa perversión de la denuncia se refiere nuestro refranero cuando dice que «a río revuelto, ganancia de pescadores». Porque la pesca en río revuelto es una modalidad más de la corrupción, desde el momento en que no busca la Justicia sino el beneficio, y en que oscurece aún más la verdad para obtener ilícitamente los peces del dinero, los lectores o los electores. La pesca en río revuelto ampara tanto la calumnia del inocente como la huida del auténtico chorizo entre el caos reinante. La generalización de la culpa, a un partido o a toda la clase política, disuelve esa culpa y absuelve a los culpables.
Lo que más puede desear un corrupto es que se multipliquen los casos de corrupción que tapen el suyo, y que extiendan la desconfianza para borrar sus huellas en el lugar del crimen. Ha bastado la irrupción de la extraordinaria palabra «sobres», del poder magnético e iconográfico de ese amuleto mediático en la escena del jaleo de Bárcenas, para que la mirada de la opinión pública se desviara de él hacia una flotante, fantasmal y anónima nube de supuestos cobradores cuyos nombres dependen por el momento de la capacidad de fantasear del usuario. El vocablo, el icono, el fetiche del «sobre» se ha vuelto maldito y se ha independizado de su inocuo sentido original. A partir de ahora, a Génova no va a querer acercarse ni el cartero por miedo a que le fotografíen con las manos en la masa.
Hay una crítica de la corrupción que es tan corrupta como el mal que señala. Con ella pasa como con la denuncia amarillista del amarillismo: que lleva el veneno en el antídoto. No hay sitio donde más se invoque la profesionalidad y la ética periodística que en un programa de cotilleo; o sea, donde ésta falta, como no hay quienes hablen más de la «gente legal» que los quinquis y los que se mueven al margen de la legalidad. Un caso ilustrativo de esta paradoja es el de Carlos Mulas, que fue uno de los catorce sabios que asesoró a Tomás Gómez en la campaña de las autonómicas madrileñas y que publicó un libro contra la corrupción. Ahora el hombre ha sido destituido como director de la Fundación Ideas por incurrir en las lacras que denunciaba. ¡Buen fichaje socialista! ¿Qué mejor experto en corrupción que aquél que la practica?
El caso Mulas nos previene también del academicismo de la denuncia que da el pego. La sociedad española clama a gritos por una Ley de Transparencia. Y, aunque no son nada académicos, en esos gritos no hay demagogia.
IÑAKI EZKERRA, ABC 25/01/13