Presenciar los 45 minutos de actuación de Sánchez en la entregada entrevista que concedió a sus periodistas de cabecera no es el mejor plan que se le ocurre a nadie para amenizar el desayuno de un merecido domingo de descanso. Es más, puede que sea la peor forma de desperdiciar ese tiempo de nuestra vida, desgraciadamente finita. Pero ahí lo teníamos, contestando preguntas aparentemente inesperadas, con esa voz meliflua que pone cuando quiere hacernos tragar con todo tipo de sapos, dispuesto a producirnos una vez más, con la cooperación imprescindible de sus palmeros, la peor y menos perdonable de las sensaciones: vergüenza ajena mezclada con exasperación.
Entre sentencias extraídas de la Wikipedia por algún becario de la Moncloa, como ese «algo que aplico en la política y en mi propia vida es que la verdad es la realidad» que emitió con cara aparentemente grave y una extraña mirada sin pestañeo, como si se le hubiera ocurrido a él o supiera de verdad que es lo que está diciendo, el presidente se dispuso a hacernos olvidar, como si fuéramos ovejas sin cerebro, la claudicación humillante del miércoles pasado ante Junts para conseguir la aprobación de sus decretos.
Es evidente que él, que confunde su ambición personal con el progreso de la nación, no va a tratar con el independentismo de los asuntos con los que chantajean al estado, porque se ha rendido de antemano ante ellos a cambio de sus votos
Dijo también el actual ocupante de la Moncloa que gracias a su benéfico desempeño, «los independentistas ahora discuten sobre el IVA del aceite o del transporte». No se me ocurre frase, ni creo que este hombre la haya emitido en todos los años que lleva en la Presidencia del Gobierno, que pueda herir más a tantos. Es evidente que él, que confunde su ambición personal con el progreso de la nación, no va a tratar con el independentismo de los asuntos con los que chantajean al estado, porque se ha rendido de antemano ante ellos a cambio de sus votos.
No hablará de la imposibilidad de los niños catalanes de educarse en su lengua materna cuando esta es el español, ni de las crueles consecuencias sociales que sufren las familias que se atreven a reivindicar su derecho fundamental a ser escolarizados en ella en su propio país. Tampoco hablará con ellos de la humillación de las familias de las víctimas de ETA, esas que viven cada día la falta de sus seres queridos asesinados por la banda terrorista, al ver como los matarifes de sus padres, esposos o hermanos vuelven al País Vasco en vergonzantes caravanas nocturnas y van saliendo uno a uno para ser homenajeados en sus pueblos por los socios del gobierno sin haberles oído jamás una palabra de sincero arrepentimiento.
Tampoco hablarán Sánchez y los independentistas del racismo de baja intensidad que se vive en las regiones en las que pretenden imponerse o de la pesadilla de los años de procés vividos en silencio y miedo por la mayoría constitucionalista entre caceroladas, manifestaciones y cortes de carreteras y vías férreas que dificultaban, día a día, la vida normal de la gente hasta culminar en aquel brutal bloqueo al aeropuerto del Prat, en el que un turista francés falleció de un infarto tras tener que ir a toda prisa de una terminal a otra.
No hablará tampoco de cómo con cada una de sus cesiones aumenta la desigualdad entre españoles siempre en beneficio de los chantajistas, ni de cómo la propia existencia de España es moneda de cambio si su final supone cuatro días más del personaje agarrado al poder.
Cesión de la inmigración
Sánchez habla del IVA del aceite o del precio de los autobuses única y exclusivamente porque los independentistas le dejan hacerlo. Si no quisieran, tampoco de eso podría hablar. Porque la verdad es que Sánchez es su rehén, y la realidad es que hará y dirá lo que sea para seguir siéndolo, incluso claudicar ante medidas ultraderechistas de Junts, como la de la cesión de la gestión de la emigración.
Lo que Sánchez llama pedagogía en la entrevista se ha llamado en España toda la vida de Dios hacernos tragar con ruedas de molino y ya no cuela, si es que alguna vez coló. Con tanta exhibición cruda de poder nos olvidamos a veces de que el PSOE no ganó las elecciones y que en algunas regiones, como Madrid y Galicia, ni siquiera es ya la alternativa al poder. Así que el aceite, ese que se necesita para lubricar tanta concesión y tanta humillación colectiva, puede que sea el asunto del que de verdad interesa a Sánchez tratar con los independentistas siempre en beneficio propio, pero no lo es ni lo será de una parte muy importante de españoles que no quiere renunciar ni su dignidad ni a su identidad nacional, ni a que este tipo que tan bien miente les tome por tontos.