Santiago González-El Mundo
Desde que Pablo Iglesias asomó a la vida pública en 2014, tuve para mí que este muchacho estaba muy sobrevalorado intelectualmente. Encabezar la papeleta electoral con su foto daba una pista. Luego vino el juicio de Cotarelo, que había sido su profesor en la Complu, cuando Iglesias arremetió contra los periodistas que cubren la información de su partido: «¿Va estando ya claro que este hombre, además de narcisista y prepotente, es tonto?».
Yo había notado algo, claro, pero mi natural indulgente y bondadoso tendía a atribuírselo a despistes: hoy no habrá tenido un buen día, una distracción la tiene cualquiera. Que atribuyera a Newton la teoría de la relatividad al caerle la manzana; que citase La ética de la razón pura, de Kant, o que este verano atribuyera el atentado de las Ramblas al wasabismo, confundiendo la afición desmesurada a la salsa japonesa de rábano picante con el wahabismo, que es un movimiento integrista musulmán. Claro que como defensor del saber reglado, la opinión de Cotarelo pesaba mucho en mí: él sabrá que ha sido su profesor y ha tenido la capacidad legal de evaluarlo.
Ayer se vino a más. El jefe de Podemos anunció que presentará el lunes un recurso de inconstitucionalidad contra la aplicación del artículo 155 en Cataluña. Tiene su aquel pretender que la aplicación de un artículo de la Constitución es inconstitucional, pero lo que es aún más impresionante es que la medida te la sople el más tonto de la clase. El diputado Gabriel Rufián, entreverado de arcángel y alcahuete, lo había interpelado la víspera en un tuit: «¿Por qué Podemos, con quien tenemos muchas cosas en común, aún no ha iniciado un recurso de inconstitucionalidad contra el artículo 155?». «Eso corre de mi cuenta», debió de pensar el Varón Dando y ya está recogiendo firmas.
Los diputados separatistas se pusieron muy contentos, claro. Entre ERC, el PDeCAT y EHBildu sólo suman 19 escaños de los 50 necesarios. Dirán que no he contado los cinco PNV, pero es que andan muy entretenidos calculando lo del Cupo y no están para tonterías. Unidos Posemos no van a admitir golpistas en su iniciativa, con lo que hemos trabajado juntos. Pablo no quiere su compañía por considerarles corresponsables de lo sucedido. La verdadera razón es seguramente que no tiene sentido reclamar la inconstitucionalidad de un artículo que todos los presos de ERC y el PDeCAT van a jurar y perjurar hoy al juez Llarena que acatan como un solo hombre y una sola mujer, tal como hizo Carme Forcadell el pasado día 9. Pablo tuvo otro gran lapsus al decir que a los presos golpistas se les aplica «una suerte de actos de constricción» (sic) al pedírseles «que acaten el artículo 155 para salir de prisión». El catecismo Astete repartía el dolor que lleva a la penitencia entre la contrición y la atrición. El primero era el pesar de haber pecado; el segundo, el miedo al castigo. Lo de los golpistas es evidentemente un dolor de la segunda clase. Pablo lo llamaría de atribución. Cinco millones de votos, hay que joderse.