- Al contrario que Feijóo, que sigue buscando socialistas descontentos o moderados (como si existieran), Pedro Sánchez renunció en seguida a contentar a más de la mitad de España
Descartada ya como virtud el instinto de supervivencia –pues vale más un gobernante sin astucia que un presidente terminal–, sí hay que reconocerle a Pedro Sánchez un acierto: y es que los ha enterrado a todos. A derecha e izquierda, pero sobre todo a izquierda. No sé si atribuirle el mérito a él o a alguno de los 500 asesores que figuran en las listas de Presidencia, pero es innegable que ese logro le mantiene todavía a flote aunque sea a costa de la salud mental y el bolsillo de quienes todavía creemos en el imperio de la ley y la igualdad entre españoles.
Al contrario que Feijóo, que sigue empeñado en buscar socialistas descontentos o moderados (como si existieran), Pedro Sánchez renunció en seguida a gustar a más de la mitad de España. Y lo hizo sin disimulo, parodiándolos incluso, como su delegado del Gobierno en Madrid, para seducir después a los electores de todos aquellos partidos que antes eran rivales, ahora son socios y, más pronto que tarde, serán polvo. Y me estoy refiriendo a Podemos y Sumar, cuyos votantes van camino de apoyar al PSOE en este debate falaz del «O Sánchez o fascismo». El doctor fraude no les hace demasiada ilusión, pero han oído el toque de corneta del Frente Popular y parecen dispuestos a agruparse en torno a su persona, según algunas encuestas.
Y lo hacen por dos razones:
Primero por pragmatismo, porque se han creído esa falsa emergencia democrática según la cual los jueces están conspirando para derrocar al Gobierno. Y segundo por un cierto grado de identificación, pues el PSOE ha asumido como propios postulados que hasta ayer eran coto del nacionalismo radical –amnistía y referéndum– y la extrema izquierda –los jueces son «fachas con toga»–.
No se trata de que Feijóo se lance a insultar a todos aquellos que no parecen dispuestos a votarle, como hacen Óscar Puente («carcundia») o Pedro Sánchez («fachosfera»). No se trata de sobreactuar y convertirse en lo que no es. Pero cabe preguntarse si un perfil tan deliberadamente moderado le alcanzará el domingo para derrocar a alguien que juega con unas normas tan distintas a las suyas.