ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

La izquierda puede sobrevivir a las grabaciones de Villarejo porque domina el poder mediático. El PP, no

EL contenido de la conversación mantenida en la sede central del PP entre el infame comisario Villarejo, la entonces secretaria general del partido y el marido de ésta, el empresario López del Hierro, son incompatibles con la permanencia de María Dolores de Cospedal en un cargo público. No puede seguir en política ni como presidenta de la Comisión de Exteriores del Congreso, ni como candidata a las elecciones europeas, ni como diputada rasa. Debería anunciar que abandona definitivamente el escenario, mejor hoy que mañana y desde luego antes del arranque de la campaña andaluza. Su nombre ha quedado irremediablemente ensuciado por esa vergonzosa charla, a medio camino entre lo tabernario y lo mafioso, de la que se desprende, en el mejor de los casos, un conocimiento muy superior al admitido de la trama de corrupción que afectaba de lleno a sus siglas en ese momento y, en el peor, un intento de influir en la investigación policial de esos hechos.

Ignoro si lo que hemos escuchado con estupor podría llegar a constituir algún tipo de delito, pero entiendo lo suficiente de política como para afirmar que un escándalo semejante constituye una sentencia de muerte para la implicada, especialmente si milita en el centro-derecha. La izquierda, ya lo sabemos, tiene una capacidad infinita de comprensión y justificación de su propia basura, inversamente proporcional a la dureza con la que ataca a sus adversarios incursos en causas idénticas. Y como las televisiones, la mayoría de las radios y buena parte de la prensa se encuentran en su poder, o al menos a su servicio, lo que espera a Cospedal y a sus compañeros es un verdadero calvario cuya culminación no puede ser otra que una retirada, tanto menos deshonrosa cuanto más a tiempo se produzca.

Se me dirá, con razón, que la ministra de Justicia, Dolores Delgado, protagonizó hace pocas semanas una grabación similar, difundida por el mismo roedor de las cloacas estatales, en la que salía tan mal parada como la dirigente del PP, pese a lo cual permanece en su puesto. Cierto. También el exjuez prevaricador Baltasar Garzón, icono de la progresía, mostraba un rostro deleznable que ha pasado prácticamente desapercibido en los medios de comunicación. Ellos pueden permitírselo porque dominan el poder mediático y porque sus correligionarios suelen estar tan imbuidos de buena conciencia que restan importancia a esos «pecadillos», siempre que se cometan en sus filas. Los del PP, no. Por eso resulta inútil su estrategia del «y tú más». Sirva de prueba el doble rasero aplicado al caso de los ERE en Andalucía, donde las encuestas vuelven a vaticinar la enésima victoria del PSOE, frente al tratamiento dado a Gürtel tanto en Madrid como en Valencia. Valga de ejemplo la reciente entrada en prisión de Rodrigo Rato, condenado por el uso fraudulento de las tarjetas «black» junto a otra decena de reos pertenecientes a diversos partidos y organizaciones sindicales. ¿Ustedes vieron imágenes de alguno de ellos? Yo no. A juzgar por lo publicado, el único «malo» de esa película fue el antiguo vicepresidente de Aznar.

Cospedal está sentenciada y lo sabe. También Pablo Casado debería ser consciente de que ella se ha convertido en un lastre, por mucho que le cueste arrojar a los leones a quien fuera su principal valedora en la carrera por el control del PP frente a Sáenz de Santamaría. En la vida la lealtad ha de ser recíproca, o carece de sentido. De ahí que le corresponda a ella evitarle el trago y dimitir. Claro que «política» y «lealtad» rara vez van de la mano. ¿Verdad?