Ignacio Camacho-ABC

  • El mantra del mes es la resiliencia, el sí-se-puede, el hombro arrimado y otros tópicos de manual de coaching barato

Sánchez no tiene planes, tiene guiones. No tiene ministros, tiene figurantes. Y no tiene estrategas, tiene escribidores de relatos. El de este mes, porque sus seriales pierden fuelle a corto plazo, es el de la resiliencia, el sí-se-puede y otros tópicos de manual de coaching barato. Hay que arrimar el hombro, han escrito los mismos guionistas que en la investidura exigían a la derecha el apoyo sin contrapartidas al candidato por si los separatistas se arrepentían a última hora de cumplir su pacto. Oiremos ese sintagma repetido en decenas de discursos y entrevistas y lo veremos multiplicado en las redes sociales por miles de corifeos adiestrados en la reproducción de consignas con fidelidad de papagayos. Arrimar el hombro significa asentir

y callar, declararse cautivos y desarmados, arrodillarse con unanimidad extasiada ante un napoleoncito de pacotilla convencido del carácter providencial de su vacuo liderazgo y agachar la cerviz para sacarlo bajo palio. Cada vez que el presidente insista, y serán muchas, en esa cantinela de saldo debería añadir «porque yo lo valgo». Eso es lo que de verdad piensa: que España le debe a Su Persona acatamiento y vasallaje, trato deferencial y consideración patriótica de bien de Estado. César o nada, él o el caos.

Aunque el caos también sea él, como en el viejo chiste. El caos y la nada, ésas son sus recetas ante una pandemia que se resiste a su arrogancia y a la que, tras haber declarado vencida, ha terminado por volver la espalda para no darse por enterado de la persistencia de la amenaza. Ya no va con él; tras haberse arrogado por decreto la mayor acumulación de poderes excepcionales de la democracia ha descubierto de repente las virtudes de la descentralización y la co-gobernanza para socializar reproches y sacudirse responsabilidades ante la inevitabilidad del drama. El protagonismo autocomplaciente, la retórica de comandante en jefe y el abuso extenuante de facultades autoritarias han debido de derretirse al sol en las arenas de Lanzarote y Doñana. De las vacaciones ha emergido una estatua morena, sonriente e impávida de cuyo interior brotan voces ventrílocuas que pretenden exorcizar al virus a base de mantras. La efigie de un dios menor ante la que los virreyes autonómicos tendrán que ir a implorar la declaración territorializada del estado de alarma.

La realidad, mientras tanto, sigue su curso: el fin de semana deja 23.500 contagiados más y 83 muertos. Simón, el verdadero portavoz del Gobierno, se quita la mascarilla de médico para señalar a Madrid con el dedo. Sánchez pone a los empresarios carita de bueno y deja el trabajo sucio a los subalternos, a los que pronto ordenará que carguen a las autonomías del PP el peso del desbarajuste de la vuelta al colegio. Nada nuevo: el tradicional reclutamiento forzoso de hombros ajenos que asuman culpas con espíritu penitencial de costaleros.